Con esto de la globalización, la octava potencia, la televisión, las prisas, ZP, Europa y los blogs, las tostadas de tomate ya no son lo que eran. O tal vez, más certeramente, nunca hayan frecuentado ser lo que esperábamos que fuesen.
Atenógenes Perogordo, siempre elegante, atractivo, encorvado y asomándose a cualquier escote, afronta una nueva mañana. Rumbo al trabajo se detiene en un bar montado y regentado por su propietario, es decir, que no es de esas cafeterías prefabricadas e ideadas por alguna cabeza pensante en algún rascacielos; uno de esos lugares que van poblando el mundo, en el que, de forma prestidigitadora, se adaptan a tu personalidad ofreciéndote sabores para tú único y grandioso gusto; y al mismo tiempo todo sabe a lo mismo.
El bar al que ha entrado Atenógenes está regentado por dos señores perfectamente mal conjuntados y de barrigas considerables. No hace ni tres años que abrieron el local y ya tiene pátina, pues esta no sólo depende del tiempo, sino también del carácter del objeto o del lugar.
- Perdone, caballero, le importaría ponerme un café largo, muy largo, con leche templada, y una tostada de tomate- dijo Atenógenes con la misma ilusión con la que cada mañana pedía su desayuno, soñando en la tostada perfecta que una vez probó en su adolescencia.
- Una de tomate!!!- gritó el camarero a su compañero responsable del único departamento de tostadas del establecimiento.
Sentado en una mesa comenzó Atenógenes Perogordo su desayuno; y se dio cuenta al cabo de unos segundos de que estaba levitando a dos centímetros bajo el suelo. Terminó y se dirigió a quién le había atendido, lo miró a los ojos y dijo:
“Perdone, quería hacerle un comentario sobre la tostada… -guardó dos segundos de silencio, tiempo suficiente para crear suspense, para desconcertar, para ver como se tensionaba el rostro del camarero acostumbrado a la crispación del pueblo- …esa tostada que ustedes me han puesto, esa tostada…¡es la mejor jodida tostada de tomate que me han puesto en lo que va de año, qué coño, en lo que va de mi única y jodida vida! -El camarero, que llevaba camisa de lunares, sonrió gratamente, absolutamente sorprendido, mientras el Sr. Perogordo levanta progresivamente la voz- es más, eso no es una tostada, eso es una obra de arte: materia prima perfecta, combinación idónea y en su justo punto. Velázquez es mediocre a vuestro lado. Vosotros no sois cocineros, vosotros sois Dios que hacéis milagros en forma de tostadas- Atenógenes se engancha a la barriga de uno de los camareros y se apodera del local una feliz y muy preocupante tensión- ¡Maldita sea, me cago en Conchita Barrecheguren, qué venga aquí el pueblo y os desnude y os coma a besos vuestro cuerpo perfecto…!”
Y así nuestro protagonista del día continuó expresando sus sentimientos cada vez de forma más agresiva hasta que todo acabó en un maravilloso crimen pasional entre cliente y camarero.
Y es que una tostada de tomate perfecta es muy fácil de hacer y muy difícil de encontrar, imposible en las franquicias sin pátina.
By Costantinopla.
P.D.: Hola, Bienvenidos a nuestro Blog que os acercará a la palabra perfección.
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