sábado, 25 de octubre de 2008

PRIMERA DE UNA SERIE DE RESPUESTAS EPISTOLARES A JOVENES DE LOS QUE YA NO QUEDAN...


Distinguido Caballero,

Con cierta sorpresa, pero con gran emoción, contesto a su carta del día Martes 21 de Octubre, en la que me agradece las atenciones y el amable trato para con usted, y dice seguir mis instrucciones en diversas materias, de las que sinceramente, no estoy muy al tanto.
Me veo pues, en el compromiso de contestar a su exquisita misiva para ponerle al cabo de algunas cuestiones sobre mi persona que de seguro serán de su interés.


A pesar de no proceder de una estirpe con linaje probado, aunque el tío abuelo Eustaquio entroncó en segundas nupcias con una sobrina política del Marqués de Ripollét; en casa albergamos algunas obras de arte que son muy de mi gusto y otras más del parecer de mamá.
Entre ellas se encuentra mi favorita; se trata de un lienzo con motivos caninos jugando billiards, obra sin par hasta donde nosotros conocemos, y de la que Papá jamás se quiso desprender por muy desagradables que se pusieran esos señores que venían de cuando en cuando a llevarse cosas, pues mi padre fue en vida generoso hasta extremos sorprendentes. Mis numerosas visitas de trabajo como supervisora general de residuos, a los distintos museos de esta Villa me han confirmado que no existe copia alguna a nivel local, que ya es decir. Sin embargo no le puedo confirmar este extremo a nivel internacional, y aunque gracias a Dios no nos hemos visto en la necesidad de salir de nuestra capital Madrid, en más de seis generaciones, no tenemos noticia de que se encuentre alguna copia entre los más destacados museos del mundo, lo cual reafirma la teoría de Papá y nos colma de orgullo y satisfacción.


En lo tocante a platos, con todo el dolor de mi corazón le tengo que reconocer mi desconocimiento y profunda ignorancia acerca de esta notable rama de la ornamentación doméstica. En casa poseemos unos maravillosos juegos de vajilla metálicos lacados en blanco y con bordes azul añil sin apenas reflejo pero con algún que otro desconchón por el demasiado uso.
Fueron adquiridos en su día al Sr. Quai Fú que tiene una tienda desde hace ya en la esquina de nuestro inmueble y posee uno de los establecimientos más variopintos de todo nuestro vecindario. Se lo puedo presentar cuando usted guste, pero temo que si bien pudieran tener cosas en común, la insalvable barrera de la comunicación sea un escollo engorroso en este caso, pues aunque el Sr. Fú lleva muchos años entre nosotros, no acaba de desarrollar la destreza necesaria para poder articular de forma comprensible nuestra maravillosa pero dificil lengua.


A modo de corolario epistolar y en otro orden de cosas, decirle que como el inmueble donde resido ha sido alquilado a mi familia desde hace ya algunas generaciones, me hallo en una situación de alquiler de renta antigua muy ventajosa, a pesar de que el edificio en cuestión adolezca de algunas mermas que hacen los sinsabores del día a día menos llevaderos de lo que deberían en una dama entrada en su otoño como es mi caso. Entre ellos el hecho cierto, de no tener instalación telefónica y por tanto carecer de terminal desde donde pudiéramos haber mantenido una agradable conversación acerca de todas esas cosas bonitas de las que usted me narra.

Quedo a la espera de sus noticias y anhelo esa cita en el museo en la que podamos por fin conocernos en persona.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Y aviso,... como lo que venga a continuación sea en tono lastimero de victima injustamente vilipendiada, no tendré el más mínimo reparo en llevar a cabo mis amenazas anteriores...

Queda dicho
!

REBELIÓN EN LA GRANJA, O COMO PERDER ANTES DE EMPEZAR.








"Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír".



George Orwell






La libertad de prensa.

Este libro fue pensado hace bastante tiempo. Su idea central data de 1937, pero su redacción no quedó terminada hasta finales de 1943. En la época en que se escribió, era obvio que encontraría grandes dificultades para editarse (a pesar de que la escasez de libros existentes garantizaba que cualquier volumen impreso se vendería) y, efectivamente, el libro fue rechazado por cuatro editores. Tan sólo uno de ellos lo hizo por motivos ideológicos; otros dos habían publicado libros antirrusos durante años y el cuarto carecía de ideas políticas definidas. Uno de ellos estaba decidido a lanzarlo pero, después de un primer momento de acuerdo, prefirió consultar con el Ministerio de Información que, al parecer, le había avisado y hasta advertido severamente sobre su publicación. He aquí un extracto de una carta del editor, en relación con la consulta hecha:
«Me refiero a la reacción que he observado en un importante funcionario del Ministerio de Información con respecto a Rebelión en la granja. Tengo que confesar que su opinión me ha dado mucho que pensar... Ahora me doy cuenta de cuán peligroso puede ser el publicarlo en estos momentos porque, si la fábula estuviera dedicada a todos los dictadores y a todas las dictaduras en general, su publicación no estaría mal vista, pero la trama sigue tan fielmente el curso histórico de la Rusia de los Soviets y de sus dos dictadores que sólo puede aplicarse a aquel país, con exclusión de cualquier otro régimen dictatorial. Y otra cosa: sería menos ofensiva si la casta dominante que aparece en la fábula no fuera la de los cerdos.* Creo que la elección de estos animales puede ser ofensiva y de modo especial para quienes sean un poco susceptibles, como es el caso de los rusos. »
* No está claro quién ha sugerido esta modificación, si es idea propia del Sr. X... o si proviene del propio Ministerio. Pero parece tener marchamo oficial. (Nota de G. Orwell.) Asuntos de esta clase son siempre un mal síntoma. Como es obvio, nada es menos deseable que un departamento ministerial tenga facultades para censurar libros (excepción hecha de aquellos que afecten a la seguridad nacional, cosa que, en tiempo de guerra, no puede merecer objeción alguna) que no estén patrocinados oficialmente. Pero el mayor peligro para la libertad de expresión y de pensamiento no proviene de la intromisión directa del Ministerio de Información o de cualquier organismo oficial. Si los editores y los directores de los periódicos se esfuerzan en eludir ciertos temas no es por miedo a una denuncia: es porque le temen a la opinión pública.



En este país, la cobardía intelectual es el peor enemigo al que han de hacer frente periodistas y escritores en general. Es éste un hecho grave que, en mi opinión, no ha sido discutido con la amplitud que merece.
Cualquier persona cabal y con experiencia periodística tendrá que admitir que, durante esta guerra, la censura oficial no ha sido particularmente enojosa. No hemos estado sometidos a ningún tipo de «orientación» o «coordinación» de carácter totalitario, cosa que hasta hubiera sido razonable admitir, dadas las circunstancias.



Tal vez la prensa tenga algunos motivos de queja justificados pero, en conjunto, la actuación del gobierno ha sido correcta y de una clara tolerancia para las opiniones minoritarias. El hecho más lamentable en relación con la censura literaria en nuestro país ha sido principalmente de carácter
voluntario. Las ideas impopulares, según se ha visto, pueden ser silenciadas y los hechos desagradables ocultarse sin necesidad de ninguna prohibición oficial. Cualquiera que haya vivido largo tiempo en un país extranjero podrá contar casos de noticias sensacionalistas que ocupaban titulares y acaparaban espacios incluso excesivos para sus méritos.



Pues bien, estas mismas noticias son eludidas por la prensa británica, no porque el gobierno las prohíba, sino porque existe un acuerdo general y tácito sobre ciertos hechos que «no deben» mencionarse. Esto es fácil de entender mientras la prensa británica siga tal como está: muy centralizada y propiedad, en su mayor parte, de unos pocos hombres adinerados que tienen muchos motivos para no ser demasiado honestos al tratar ciertos temas importantes. Pero esta misma clase de censura velada actúa también sobre los libros y las publicaciones en general, así como sobre el cine, el teatro y la radio.



Su origen está claro: en un momento dado se crea una ortodoxia, una serie de ideas que son sumidas por las personas bienpensantes y aceptadas sin discusión alguna. No es que se prohíba concretamente decir «esto» o «aquello», es que «no está bien» decir ciertas cosas, del mismo modo que en la época victoriana no se aludía a los pantalones en presencia de una señorita. Y cualquiera que ose desafiar aquella ortodoxia se encontrará silenciado con sorprendente eficacia. De ahí que casi nunca se haga caso a una opinión realmente independiente ni en la prensa popular ni en las publicaciones minoritarias e intelectuales.
En este instante, la ortodoxia dominante exige una admiración hacia Rusia sin asomo de crítica. Todo el mundo está al cabo de la calle de este hecho y, por consiguiente, todo el mundo actúa en consonancia. Cualquier crítica seria al régimen soviético, cualquier revelación de hechos que el gobierno ruso prefiera mantener ocultos, no saldrá a la luz. Y lo peor es que esta conspiracion nacional para adular a nuestro aliado se produce a pesar de unos probados antecedentes de tolerancia intelectual muy arraigados entre nosotros. Y así vemos, paradójicamente, que no se permite criticar al gobierno soviético, mientras se es libre de hacerlo con el nuestro.



Será raro que alguien pueda publicar un ataque contra Stalin, pero es muy socorrido atacar a Churchill desde cualquier clase de libro o periódico. Y en cinco años de guerra -durante dos o tres de los cuales luchamos por nuestra propia supervivencia- se escribieron incontables libros, artículos y panfletos que abogaban, sin cortapisa alguna, por llegar a una paz de compromiso, y todos ellos aparecieron sin provocar ningún tipo de crítica o censura.
Mientras no se tratase de comprometer el prestigio de la Unión Soviética, el principio de libertad de expresión ha podido mantenerse vigorosamente. Es cierto que existen otros temas proscritos, pero la actitud hacia la URSS es el síntoma más significativo. Y tiene unas características completamente espontáneas, libres de la influencia de cualquier grupo de presión.




El servilismo con el que la mayor parte de la intelligentsia británica se ha tragado y repetido los tópicos de la propaganda rusa desde 1941 sería sorprendente, si no fuera porque el hecho no es nuevo y ha ocurrido ya en otras ocasiones. Publicación tras publicación, sin controversia alguna, se han ido aceptando y divulgando los puntos de vista soviéticos con un desprecio absoluto hacia la verdad histórica y hacia la seriedad intelectual.




Por citar sólo un ejemplo: la BBC celebró el XXV aniversario de la creación del Ejército Rojo sin citar para nada a Trotsky, lo cual fue algo así como conmemorar la batalla de Trafalgar sin hablar de Nelson. Y, sin embargo, el hecho no provocó la más mínima protesta por parte de nuestros intelectuales. En las luchas de la Resistencia de los países ocupados por los alemanes, la prensa inglesa tomó siempre partido al lado de los grupos apoyados por Rusia, en tanto que las otras facciones eran silenciadas (a veces con omisión de hechos probados) con vistas a justificar esta postura. Un caso particularmente demostrativo fue el del coronel Mijáilovich, líder de los chetniks yugoslavos.



Los rusos tenían su propio protegido en la persona del mariscal Tito y acusaron a Mijáilovich de colaboración con los alemanes. Esta acusación fue inmediatamente repetida por la prensa británica. A los partidarios de Mijáilovich no se les dio oportunidad alguna para responder a estas acusaciones e incluso fueron silenciados hechos que las rebatían, impidiendo su publicación.




En julio de 1943 los alemanes ofrecieron una recompensa de 100.000 coronas de oro por la captura de Tito y otra igual por la de Mijáilovich. La prensa inglesa resaltó mucho lo ofrecido por Tito, mientras sólo un periódico (y en letra menuda) citaba la ofrecida por Mijáilovich. Y, entre tanto, las acusaciones por colaboracionismo eran incesantes... Hechos muy similares ocurrieron en España durante la Guerra Civil. También entonces los grupos republicanos a quienes los rusos habían decidido eliminar fueron acusados entre la indiferencia de nuestra prensa de izquierdas; y cualquier escrito en su defensa, aunque fuera una simple carta al director, vio rechazada su publicación. En aquellos momentos no sólo se consideraba reprobable cualquier tipo de crítica hacia la URSS, sino que incluso se mantenía secreta. Por ejemplo: Trotsky había escrito poco antes de morir una biografía de Stalin. Es de suponer que, si bien no era una obra totalmente imparcial, debía ser publicable y, en consecuencia, vendible. Un editor americano se había hecho cargo de su publicación y el libro estaba ya en prensa. Creo que habían sido ya corregidas las pruebas, cuando la URSS entró en la guerra mundial. El libro fue inmediatamente retirado. Del asunto no se dijo ni una sola palabra en la prensa británica, aunque la misma existencia del libro y su supresión eran hechos dignos de ser noticia.




Creo que es importante distinguir entre el tipo de censura que se imponen voluntariamente los intelectuales ingleses y la que proviene de los grupos de presión. Como es obvio, existen ciertos temas que no deben ponerse en tela de juicio a causa de los intereses creados que los rodean. Un caso bien conocido es el tocante a los médicos sin escrúpulos.
También la Iglesia Católica tiene considerable influencia en la prensa, una influencia capaz de silenciar muchas críticas. Un escándalo en el que se vea mezclado un sacerdote católico es algo a lo que nunca se dará publicidad, mientras que si el mismo caso ocurre con uno anglicano, es muy probable que se publique en primera página, como ocurrió con el caso del rector de Stiffkey. Asimismo, es muy raro que un espectáculo de tendencia anticatólica aparezca en nuestros escenarios o en nuestras pantallas. Cualquier actor puede atestiguar que una obra de teatro o una película que se burle de la Iglesia Católica se exponen a ser boicoteados desde los periódicos y condenados al fracaso. Pero esta clase de hechos son comprensibles y además inofensivos. Toda gran organización cuida de sus intereses lo mejor que puede y, si ello se hace a través de una propaganda descubierta, nada hay que objetar.
Uno no debe esperar que el Daily Worker publique algo desfavorable para la URSS, ni que el Catholic Herald hable mal del Papa. Esto no puede extrañar a nadie, pero lo que sí es inquietante es que, dondequiera que influya la URSS con sus especiales maneras de actuar, sea imposible esperar cualquier forma de crítica inteligente ni honesta por parte de escritores de signo liberal inmunes a todo tipo de presión directa que pudiera hacerles falsear sus opiniones. Stalin es sacrosanto y muchos aspectos de su política están por encima de toda discusión. Es una norma que ha sido mantenida casi universalmente desde 1941 pero que estaba orquestada hasta tal punto, que su origen parecía remontarse a diez años antes. En todo aquel tiempo las críticas hacia el régimen soviético ejercidas desde la izquierda tenían muy escasa audiencia. Había, sí, una gran cantidad de literatura antisoviética, pero casi toda procedía de zonas conservadoras y era claramente tendenciosa, fuera de lugar e inspirada por sórdidos motivos. Por el lado contrario hubo una producción igualmente abundante, y casi igualmente tendenciosa, en sentido pro ruso, que comportaba un boicot a todo el que tratara de discutir en profundidad cualquier cuestión importante.
Desde luego que era posible publicar libros antirrusos, pero hacerlo equivalía a condenarse a ser ignorado por la mayoría de los periódicos importantes. Tanto pública como privadamente se vivía consciente de que aquello «no debía» hacerse y, aunque se arguyera que lo que se decía era cierto, la respuesta era tildarlo de «inoportuno» y «al servicio de» intereses reaccionarios. Esta actitud fue mantenida apoyándose en la situación internacional y en la urgente necesidad de sostener la alianza anglorrusa; pero estaba claro que se trataba de una pura racionalización. La gran mayoría de los intelectuales británicos había estimulado una lealtad de tipo nacionalista hacia la Unión Soviética y, llevados por su devoción hacia ella, sentían que sembrar la duda sobre la sabiduría de Stalin era casi una blasfemia.
Acontecimientos similares ocurridos en Rusia y en otros países se juzgaban según distintos criterios. Las interminables ejecuciones llevadas a cabo durante las purgas de 1936 a 1938 eran aprobadas por hombres que se habían pasado su vida oponiéndose a la pena capital, del mismo modo que, si bien no había reparo alguno en hablar del hambre en la India, se silenciaba la que padecía Ucrania. Y si todo esto era evidente antes de la guerra, esta atmósfera intelectual no es, ahora, ciertamente mejor.
Volviendo a mi libro, estoy seguro de que la reacción que provocará en la mayoría de los intelectuales ingleses será muy simple: «No debió ser publicado». Naturalmente, estos críticos, muy expertos en el arte de difamar, no lo atacarán en -el terreno político, sino en el intelectual. Dirán que es un libro estúpido y tonto y que su edición no ha sido más que un despilfarro de papel. Y yo digo que esto puede ser verdad, pero no «toda la verdad» del asunto. No se puede afirmar que un libro no debe ser editado tan sólo porque sea malo.
Después de todo, cada día se imprimen cientos de páginas de basura y nadie le da importancia. La intelligentsia británica, al menos en su mayor parte, criticará este libro porque en él se calumnia a su líder y con ello se perjudica la causa del progreso. Si se tratara del caso inverso, nada tendrían que decir aunque sus defectos literarios fueran diez veces más patentes. Por ejemplo, el éxito de las ediciones del Left Book Club durante cinco años demuestra cuán tolerante se puede llegar a ser en cuanto a la chabacanería y a la mala literatura que se edita, siempre y cuando diga lo que ellos quieren oír.
El tema que se debate aquí es muy sencillo: ¿Merece ser escuchado todo tipo de opinión, por impopular que sea? Plantead esta pregunta en estos términos y casi todos los ingleses sentirán que su deber es responder: «Sí». Pero dadle una forma concreta y preguntad: ¿Qué os parece si atacamos a Stalin? ¿Tenemos derecho a ser oídos? Y la respuesta más natural será: «No». En este caso, la pregunta representa un desafío a la opinión ortodoxa reinante y, en consecuencia, el principio de libertad de expresión entra en crisis.



De todo ello resulta que, cuando en estos momentos se pide libertad de expresión, de hecho no le pide auténtica libertad. Estoy de acuerdo en que siempre habrá o deberá haber un cierto grado de censura mientras perduren las sociedades organizadas. Pero «libertad», como dice Rosa Luxemburg, es «libertad para los demás». Idéntico principio contienen las palabras de Voltaire: «Detesto lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo». Si la libertad intelectual ha sido sin duda alguna uno de los principios básicos de la civilización occidental, o no significa nada o significa que cada uno debe tener pleno derecho a decir y a imprimir lo que él cree que es la verdad, siempre que ello no impida que el resto de la comunidad tenga la posibilidad de expresarse por los mismos inequívocos caminos. Tanto la democracia capitalista como las versiones occidentales del socialismo han garantizado hasta hace poco aquellos principios. Nuestro gobierno hace grandes demostraciones de ello. La gente de la calle -en parte quizá porque no está suficientemente imbuida de estas ideas hasta el punto de hacerse intolerante en su defensa- sigue pensando vagamente en aquello de: «Supongo que cada cual tiene derecho a exponer su propia opinión». Por ello incumbe principalmente a la intelectualidad científica y literaria el papel de guardián de esa libertad que está empezando a ser enospreciada en la teoría y en la práctica.
Uno de los fenómenos más peculiares de nuestro tiempo es el que ofrece el liberal renegado.
Los marxistas claman a los cuatro vientos que la «libertad burguesa» es una ilusión, mientras una creencia muy extendida actualmente argumenta diciendo que la única manera de defender la libertad es por medio de métodos totalitarios. Si uno ama la democracia, prosigue esta argumentación, hay que aplastar a los enemigos sin que importen los medios utilizados. ¿Y quiénes son estos enemigos? Parece que no sólo son quienes la atacan abierta y concienzudamente, sino también aquellos que «objetivamente» la perjudican propalando doctrinas erróneas.



En otras palabras:
defendiendo la democracia acarrean la destrucción de todo pensamiento independiente.
Éste fue el caso de los que pretendieron justificar las purgas rusas. Hasta el más ardiente rusófilo tuvo dificultades para creer que todas las víctimas fueran culpables de los cargos que se les imputaban. Pero el hecho de haber sostenido opiniones heterodoxas representaba un perjuicio para el régimen y, por consiguiente, la masacre fue un hecho tan normal como las falsas acusaciones de que fueron víctimas. Estos mismos argumentos se esgrimieron para justificar las falsedades lanzadas por la prensa de izquierdas acerca de los trotskistas y otros grupos republicanos durante la Guerra Civil española. Y la misma historia se repitió para criticar abiertamente el hábeas corpus concedido a Mosley cuando fue puesto en libertad en 1943.
Todos los que sostienen esta postura no se dan cuenta de que, al apoyar los métodos totalitarios, llegará un momento en que estos métodos serán usados «contra» ellos y río «por» ellos. Haced una costumbre del encarcelamiento de fascistas sin juicio previo y tal vez este proceso no se limite sólo a los fascistas. Poco después de que al Daily Worker le fuera levantada la suspensión, hablé en un College del sur de Londres. El auditorio estaba formado por trabajadores y profesionales de la baja clase media, poco más o menos el mismo tipo de público que frecuentaba las reuniones del Left Book Club. Mi conferencia trataba de la libertad de prensa y, al término de la misma y ante mi asombro, se levantaron varios espectadores para preguntarme «si en mi opinión había sido un error levantar la prohibición que impedía la publicación del Daily Worker». Hube de preguntarles el porqué y todos dijeron que «era un periódico de dudosa lealtad y por tanto no debía tolerarse su publicación en tiempo de guerra». El caso es que me encontré defendiendo al periódico que más de una vez se había salido de sus casillas para atacarme. ¿Dónde habían aprendido aquellas gentes puntos de vista tan totalitarios? Con toda seguridad debieron aprenderlos de los mismos comunistas.
La tolerancia y la honradez intelectual están muy arraigadas en Inglaterra, pero no son indestructibles y si siguen manteniéndose es, en buena parte, con gran esfuerzo.



El resultado de predicar doctrinas totalitarias es que lleva a los pueblos libres a confundir lo que es peligroso y lo que no lo es. El caso de Mosley es, a este efecto, muy ilustrativo. En 1940 era totalmente lógico internarlo, tanto si era culpable como si no lo era. Estábamos entonces uchando por nuestra propia existencia y no podíamos tolerar que un posible colaboracionista anduviera suelto. En cambio, mantenerlo encarcelado en 1943, sin que mediara proceso alguno, era un verdadero ultraje. La aquiescencia general al aceptar este hecho fue un mal síntoma, aunque es cierto que la agitación contra la liberación de Mosley fue en gran parte ficticia y, en menor parte, manifestación de otros motivos de descontento. ¡Sin embargo, cuán evidente resulta, en el actual deslizamiento hacia los sistemas fascistas, la huella de los antifascismos de los últimos diez años y la falta de escrúpulos por ellos acuñada!



Es importante constatar que la corriente rusófila es sólo un síntoma del debilitamiento general de la tradición liberal. Si el Ministerio de Información hubiera vetado definitivamente la publicación de este libro, la mayoría de los intelectuales no hubiera visto nada inquietante en todo ello. La lealtad exenta de toda crítica hacia la URSS pasa a convertirse en ortodoxia, y, dondequiera que estén en juego los intereses soviéticos, están dispuestos no sólo a tolerar la censura sino a falsificar deliberadamente la Historia. Por citar sólo un caso. A la muerte de John Reed, el autor de Diez días que conmovieron al mundo -un relato de primera mano de las jornadas claves de la Revolución rusa-, los derechos del libro pasaron a poder del Partido Comunista británico, a quien el autor, según creo, los había legado. Algunos años más tarde, los comunistas ingleses destruyeron en gran parte la edición original, lanzando después una versión amañada en la que omitieron las menciones a Trotsky así como la introducción escrita por el propio Lenin. Si hubiera existido una auténtica intelectualidad liberal en Gran Bretaña, este acto de piratería hubiera sido expuesto y denunciado en todos los periódicos del país. La realidad es que las protestas fueron escasas o nulas. A muchos, aquello les pareció la cosa más natural. Esta tolerancia que llega a lo indecoroso es más significativa aún que la corriente de admiración hacia Rusia que se ha impuesto en estos días. Pero probablemente esta moda no durará. Preveo que, cuando este libro se publique, mi visión del régimen soviético será la más comúnmente aceptada. ¿Qué puede esto significar? Cambiar una ortodoxia por otra no supone necesariamente un progreso, porque el verdadero enemigo está en la creación de una mentalidad «gramofónica» repetitiva, tanto si se está como si no de acuerdo con el disco que suena en aquel momento.



Conozco todos los argumentos que se esgrimen contra la libertad de expresión y de pensamiento, argumentos que sostienen que no «debe» o que no «puede» existir. Yo, sencillamente, respondo a todos ellos diciéndoles que no me convencen y que nuestra civilización está basada en la coexistencia de criterios opuestos desde hace más de 400 años. Durante una década he creído que el régimen existente en Rusia era una cosa perversa y he reivindicado mi derecho a decirlo, a pesar de que seamos aliados de los rusos en una guerra que deseo ver ganada. Si yo tuviera que escoger un texto para justificarme a mí mismo elegiría una frase de Milton que dice así: «Por las conocidas normas de la vieja libertad».
La palabra vieja subraya el hecho de que la libertad intelectual es una tradición profundamente arraigada sin la cual nuestra cultura occidental dudosamente podría existir. Muchos intelectuales han dado la espalda a esta tradición, aceptando el principio de que una obra deberá ser publicada o prohibida, loada o condenada, no por sus méritos sino según su oportunidad ideológica o política. Y otros, que no comparten este punto de vista, lo aceptan, sin embargo, por cobardía. Un buen ejemplo de esto lo constituye el fracaso de muchos pacifistas incapaces de elevar sus voces contra el militarismo ruso. De acuerdo con estos pacifistas, toda violencia debe ser condenada, y ellos mismos no han vacilado en pedir una paz negociada en los más duros momentos de la guerra. Pero, ¿cuándo han declarado que la guerra también es censurable aunque la haga el Ejército Rojo? Aparentemente, los rusos tienen todo su derecho a defenderse, mientras nosotros, si lo hacemos, caemos en pecado mortal. Esta contradicción sólo puede explicarse por la cobardía de una gran parte de los intelectuales ingleses cuyo patriotismo, al parecer, está más orientado hacia la URSS que hacia la Gran Bretaña.
Conozco muy bien las razones por las que los intelectuales de nuestro país demuestran su pusilanimidad y su deshonestidad; conozco por experiencia los argumentos con los que retenden justificarse a sí mismos. Pero, por eso mismo, sería mejor que cesaran en sus desatinos intentando defender la libertad contra el fascismo. Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír. La gente sigue vagamente adscrita a esta doctrina y actúa según ella le dicta. En la actualidad, en nuestro país —y no ha sido así en otros, como en la republicana Francia o en los Estados Unidos de hoy— los liberales le tienen miedo a la libertad y los intelectuales no vacilan en mancillar la inteligencia: es para llamar la atención sobre estos hechos por lo que he escrito este prólogo.



"Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír"



...y ya empiezo a estar cansado de esta nueva tónica que se apodera de nuestra cultura a nivel nacional como un cancer y que hace honor a ese nefasto e irónico aforismo de que "Aquel que quiera tener la razon… de justo la tendrá con tan solo tener lengua." Anda y vete al carajo ya!

Ismael,...llega el invierno, ... creo que no te soporto....y para contrarestar tus sucias, rastreras y despreciables maniobras de manipulador de parvulos, como MasterBloguer de esta cosa que soy, y con caracter totalitario, me estoy planteando seriamente ponerte de patitas en la calle, para que vayas a censurar y a dar por culo a lugares donde eso guste, que los hay....





ADIOS

Recientes acontecimientos han provocado que pierda la fe en este blog.

Siento que ya no es el lugar donde poder expresar cierta manera de ver y entender el mundo.

Seguir podría llegar a convertirse en algo aburrido.

Me voy ahora que todavía tengo presente la frescura.

Au revoir mes amis!

martes, 21 de octubre de 2008

DON LUIS M. VESTIDO

Entusiasta de la vida. Siempre he pensado que las cosas son lo que nosotros queremos ver en ellas. Y lo que nosotros vemos y sentimos al mirar esas cosas y esos seres que nos rodean es, sin duda, lo que somos.

Vamos andando por el globo terráqueo y nos encontramos un viejo maletín abandonado en la calle: hay personas que sólo ven basura; otros ven un pequeño obstáculo en su camino; algunos, simplemente, ven un viejo maletín abandonado en la calle; unos pocos, una posibilidad de negocio, y luego está Don Luis que ve y siente con entusiasmo que se ha encontrado un bello maletín en una fantástica calle en una maravillosa tarde otoñal.

Como dijo Peissei: “El ojo no ve en las cosas más que lo que está en su espíritu”. Nunca he conocido persona con un espíritu capaz de sentir y ver con tanto entusiasmo la belleza que hay en las cosas más simples y complejas que nos rodean.

Digamos que Don Luis es de esos personajes que hacen que un suicida despierte su pasión por esto que llamamos vida.

Cuando Don Luis arranca a hablar todo el mundo calla, todo el mundo quiere escuchar. Don Luis no sólo tiene siempre una solución para todas esas situaciones que van ocurriendo en el día a día, sino que además esa solución siempre es elegante.

A modo de corolario, nadie puede discutir que Don Luis Moll es Belleza y Entusiasmo entrañado.

Y sí así es Don Luis M. vestido, imagínenselo desnudo.

SEGUNDA DE LA SERIE: CARTAS A SEÑORAS MAYORES DE 75 RESIDENTES EN EL BARRIO DE SALAMANCA


Distinguida Señora,

Atentamente le escribo siguiendo las amables instrucciones que me ha dado por teléfono, en relación con el maravilloso plato de reflejo metálico.

La cerámica en cuestión, es un plato con la figura de caballo y caballero con lanza y liebres corriendo, reflejo metálico de la serie de "uña". La cuestión es que he adquirido uno similar, y las únicas referencias que he encontrado son el que posee la colección del Museo Arqueológico y otro que hay en la Hispanic Society de Nueva York. Desgraciadamente Estados Unidos me queda un poco lejos en estos momentos, así que mi interés se centraba en poder ver el que poseen aquí en Madrid, y del que le envío una foto perteneciente a un catálogo publicado por el museo hace muchos años, con ocasión de unas obras que se llevaron a cabo en su sede y que me parece que obligó a cerrar algunas salas o trasladar transitoriamente varias piezas.

El hecho es que aún perteneciendo al Museo, este plato no se encuentra normalmente expuesto, pues de otro modo no se me habría ocurrido molestarla.

Tengo un gran interés en ver el plato, en su anverso y sobre todo el reverso, que no aparece fotografiado en ningún sitio. Los expertos, tanto del propio Museo, la Hispanic Society, o Anthony Ray del Victoria and Albert Museum, por lo que he podido leer no se ponen de acuerdo sobre si es de Manises, Catalán... y así mismo discrepan sobre si es de comienzos o finales del S. XVI. Huelga que le diga que le estaría muy agradecido si pudiera conocer al especialista del museo en cerámica sobre estos temas, seguro que tenemos en común.

Me comentó usted por teléfono que las piezas que no pertenecen a la exposición "Tesoros del Museo Arqueológico" ya están embaladas para su traslado a Alcalá. No se si ésta en concreto también se traslada, pero quizá puede tenerse acceso a ella por la base de datos del museo, en cualquier caso yo estaría contento de verla al natural aún cuando pueda ser en el futuro o en su ubicación definitiva.

Sea como sea lo anterior, y consiga o no ver el plato, ya le doy las gracias de antemano por la exquisitez con que usted me ha tratado.

Aprovecho para desearle que pase unos buenos días de vacaciones, y que tenga un buen viaje a Londres, espero sin prisa sus noticias a la vuelta, y le reitero mi interés en pasar a saludarla cualquier día en el museo, como le dije vivo justo en frente, y para mi sería un honor conocerla en persona.

Quedo a su disposición, en lo que sea bueno.

I AGREE....

ARTE



Por algún motivo, la mancha de barro que Org dejó en la pared de su cueva al limpiarse las manos, le recordó el ciervo que se le había escapado en la cacería de la luna anterior. No pudo reprimir el impulso, y con un poco mas de barro, se retrató a si mismo junto al ciervo, esta vez sí, clavándole la lanza. Org gruñó satisfecho, y decidió que aquello era definitivamente bello.

Frulg, el mejor cazador de la tribu, contempló complaciente la obra de Org, y tras dedicarle a la pintura sus buenos cinco segundos, recriminó a Org el haber manchado la pared. Abatido, Org decidió no resignarse y volver a intentarlo. Deseaba volver a sentir la sensación de felicidad y plenitud que tuvo nada más terminar su ópera prima.

Durante dos largos inviernos, Org perfeccionó la técnica, realizando más de 25 ensayos al aire libre y dos obras murales en la cueva, con permiso de Hort, jefe de la tribu, para retratar una cacería en la que Hort destacó al derribar un toro. Y habría terminado la tercera obra de no haber sido aplastado por un caballo abatido durante una cacería.

Desde el instante en el que Org hizo el primer autoretrato, hasta nuestros días, millones de individuos han dedicado sus vidas en cuerpo y alma a entender, comprender y desarrollar eso que les hace sentir y a la vez expresar; eso que llamamos arte.

Años… siglos… milenios de estudio, de trabajo, de obsesión en aprender, crear, enseñar…

Mesopotamia… Egipto… China… Persia… Grecia… Roma… Al Ándalus…

Europa y el renacimiento… El mundo

Cientos de miles de tratados… universidades… talleres… bibliotecas… enciclopedias…

Pintura, literatura, poesía, arquitectura, escultura, música… música……… música

De todo esto, saco dos conclusiones:

1.- El que diga “sobre gustos no hay nada escrito” merece nuestro más rotundo desprecio.

2.- Siendo hoy en día el campo del arte tan descomunalmente extenso en tamaño y profundidad, yo no soy quien (por ignorancia) para erigirme en poseedor de la verdad y criticar el trabajo artístico de nadie, si bien tengo mi criterio, como todo el mundo.

No obstante, concluyo:

Que sin entrar en profundidad (de la que carezco) a analizar el trabajo artístico de Belén Arjona, persona que merece mi total respeto en todos los aspectos, opino que el mundo de la música comercial contemporánea adolece de un gravísimo defecto, consistente en aupar de la nada a la popularidad a artistas poco o nada preparados, sin estudios de ningún tipo sobre música, y en la mayoría de los casos con poco o nulo talento musical. Alguno de estos artistas consiguen al final de sus carreras, y después de una vida inmersos en la música, tener un nivel aceptable como músicos, y algunos menos, que gozaban de talento natural, crean obras maestras.

Para evitar entrar en polémicas innecesarias, no daré mi opinión personal sobre Belén como músico, pero propongo que, por el bien de esta pequeña comunidad en la que conviven distintas orientaciones artísticas y personales, de ahora en adelante, si se quiere compartir piezas artísticas, cualquiera que sea su naturaleza, nos ciñamos a obras consagradas y generalmente aceptadas como obras maestras, sin excluir artistas malditos que por su precocidad o por su no aceptación de lo políticamente correcto, aún no han sido subidos a los altares de Maestros.

No tengo ninguna duda de que Belén no es lo uno ni lo otro. Como casi todo el mundo.

Aprovecho la ocasión para enviar un fuerte saludo a Belén, a Ismael y a todo el mundo que disfruta de la música.


domingo, 19 de octubre de 2008

DELIRIO INMOBILIARIO

Hace unos meses escribí un artículo que parecía quedarse obsoleto pero que continuamente vuelve a coger vigencia. La semana pasada el presidente de la asociación de promotores y constructores de España dijo expresamente: "que nadie espere que un piso baje un 30 o un 40% porque, antes de eso, se lo regalo al banco". Tras leer este comentario decidí compartir con vosotros este artículo añadiéndole una coletilla final:


DELIRIO INMOBILIARIO

Llevamos una década padeciendo un delirio inmobiliario sin precedentes. El nido donde echar a descansar nuestras espaldas se ha convertido en el eje social, económico y político de España. Un delirio sin medida, en el que personas con trozos inútiles de tierra han sido tocados por la “fortuna”. Personas que pasaban en el momento y por el lugar adecuado, sin más merito que el de ir paseando. Dichosos ellos, y maldita la vanidad con la que han tenido que disfrazar su aleatoria gloria. Paja para una hoguera de vanidades.

Pero el fin de este artículo no es otro que el de hacer unas pinceladas sobre el surrealista cuadro nacional: dos millones de pesetas el metro cuadrado; el fenómeno de la cama caliente; el circo del caso Malaya y todos sus dantescos personajes; conversaciones sobre hipotecas como forma de vida; comunistas-promotores inmobiliarios; poceros con avión; pisos abuhardillados de 7 m2; señoras que ayer no llegaban a fin de mes y hoy alquilan con despotismo y abrigo de visón uno de sus inmuebles…

Pero lo más increíble, divertido y desconcertador que he vivido fue un bonito piso en venta en el centro de Madrid: reformado, con terraza, dos dormitorios y un cuarto de baño sin inodoro. Sí, lectores, un piso que no tenía váter. Imagínense mi cara ante el agente inmobiliario. Pero, ¿cómo que no tiene retrete?, pregunté. Y el comercial se limitó a decirme que suponía que sería por algún problema estructural, pero que si no me interesaba mejor no perder el tiempo. “No es que no me interese, es que no lo concibo”, repliqué.

Mi cabeza lleva meses dándole vueltas a ese episodio y a los inconvenientes de vivir en una casa sin retrete. En la búsqueda de una explicación, sólo he alcanzado a imaginar que el promotor inmobiliario ocupa un lugar tan elevado en esta sociedad que ha llegado a la divinidad, hasta el punto de que se le hubiesen olvidado las necesidades terrenales.


"Que nadie espere que un piso baje un 30 o un 40% porque, antes de eso, se lo regalo al banco". Pues que siga ardiendo la hoguera.

BELEN ARJONA


PORQUE NOS GUSTA, PINCHA EL NUEVO VIDEO:

http://www.los40.com/videos/videoclips/

miércoles, 15 de octubre de 2008

Rudyard Kipling. UN AÑO.



" Si puedes mantener intacta tu firmeza
cuando todos vacilan a tu alrededor.
Si cuando todos dudan, fías en tu valor
y al mismo tiempo sabes excusar su flaqueza .

Si sabes esperar y a tu afán poner brida;
O blanco de mentiras esgrimir la verdad ;
O siendo odiado, al odio no le das cabida
y ni ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad .

Si sueñas, pero el sueño no se vuelve tu rey.
Si piensas y el pensar no mengua tus ardores.
Si el triunfo o el desastre no te imponen su ley
y los tratas lo mismo, como dos impostores.

Si puedes soportar que tu frase sincera
sea trampa de necios en boca de malvados;
O mirar hecha trizas tu adorada quimera
y tornar a forjarla con útiles mellados.

Si todas tus ganancias poniendo en un montón
las arriesgas osado en un golpe de azar
y las pierdes, y luego con bravo corazón
sin hablar de tus pérdidas, vuelves a comenzar.

Si puedes mantener en la ruda pelea
alerta el pensamiento y el músculo tirante
para emplearlo cuando en ti todo flaquea
menos la voluntad que te dice adelante.

Si entre la turba das a la virtud abrigo ;
Si no pueden herirte ni amigo ni enemigo;
Si, marchando con reyes del orgullo has triunfado ;
Si eres bueno con todos, pero no demasiado,

Y si puedes llenar el preciso minuto
en sesenta segundos de un esfuerzo supremo,
tuya es la tierra y todo lo que en ella habita
y lo que es más, serás hombre hijo mío.... "



No se me ocurre mejor manera de comenzar esta aventura, que este bello poema de Kipling como declaración de intenciones de lo que ya es de facto un rincón secreto.
Un rincón secreto donde tres miembros de la iniciática hermandad de L.I.A. van a volcar pensamientos, elucubraciones, trucos y pistas, para llevar nuestra existencia y la de los que nos rodean, a un plano, que sin rallar en el exceso, colme anhelos, ansias y necesidades, haciéndonos discurrir por este arduo sinvivir que nos regala el S.XXI. de manera elegante y satisfactoria.

Sin otro particular, pero ávido de ver como empieza a marchar este asunto, se despide de vosotros el generador, que no Sísifo de esta "cosa"....
Publicado por Alejandro Perez en 0:29 3 comentarios

15 septiembre 2007
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jueves, 9 de octubre de 2008

domingo, 5 de octubre de 2008

VOTA DIER


Leo “Vota Dier” escrito en un cartel publicitario, en las paredes del metro, en un muro viejo de la ciudad. ¿Qué quiere decir el personaje que se dedica a escribir estas dos palabras por la intensa geografía urbana madrileña?

Pasan dos meses, estoy en un atasco viendo esas palabras y vuelven a aparecer esas preguntas: ¿Quién dedica tanto esfuerzo, tiempo y dinero en dejar este mensaje? Pasan los días tabulados.

Falta tiempo para respirar pero debemos averiguarlo. Curiosidad. Espero encontrar detrás una historia romántica, una reivindicación, una asociación clandestina o el nombre de un líder peruano. Abro internet, tecleo “vota Dier”, le doy al icono mágico que pone buscar. Resultado: “Dier” es le pseudónimo de un grafitero y “vota” es un artilugio para atraer la atención sobre su nombre. Así que nos encontramos ante una persona (ya no es personaje) que se dedica a poner su nombre por toda la capital.

He de comunicaros mi más profunda decepción. Unir dos palabras siempre invita a la poesía, pero esta vez no ocurrió. ¿Qué le hubiera costado tener un poquito de inquietud o humor, y haber optado por vota alegría, vota paz, vota guerra, vota sexo o vota canguro? Yo sólo pedía un estimulo grato para cuando espero el metro o cuando estoy en un atasco o cuando me asomo a mi única ventana. De nuevo nos encontramos ante un caso de egolatría grafitera mediocre. Un poquito de poesía, por favor.

Feliz Otoño compañeros de aventura humana. Bienvenidos al foro.