lunes, 18 de febrero de 2008

CLASIFICACIÓN COMBINADA





Aunque parezca increíble, cada ser es único e irrepetible; o dicho de otra manera, cada persona es una combinación única e irrepetible: en su mezcla genética exclusiva, en un tiempo y lugar determinado, y en las singulares experiencias que se ha encontrado y que le han conformado. Pinzas.

Cuando voy por la calle, yo no me cruzo con personas, me cruzo con combinaciones que a veces son mágicas, otras trágicas y, en muchas ocasiones, grises.

Para conocer a esas combinaciones únicas, nos encontramos con clasificaciones divertidas, necesarias y reveladoras.

Huelga decir que toda catalogación de personas es muy peligrosa, y que debe usarse con muchas cautelas para no herir ningún alma sensible (Todas). Pero como decía Maritere en un texto reciente: “estos recursos son enormemente útiles y lo son, a mi juicio, por una simple razón: una vez desbrozados, detrás de todos ellos, está la (cruda) realidad. La verdad. Nada más y nada menos. Una verdad exagerada, hiperbólica, disfrazada, ornamentada, camuflada… Pero verdad, al fin y al cabo. Como ocurre con las caricaturas: esa nariz, esa oreja, esos ojos, ese cuello, esa silueta…¡ no son los míos!, pero todos nos reconocemos al instante".


Una vez avisados de estas necesarias precauciones, paso a compartir con vosotros algunas clasificaciones:


- En primer lugar, voy a destacar las categorías de personas que hace Milan Kundera en su libro La Insoportable Levedad del Ser:

“Todos necesitamos que alguien nos mire. Sería posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir.
La primera categoría anhela la mirada de una cantidad infinita de ojos anónimos, o dicho de otro modo, la mirada del público. Ese es el caso del cantante alemán, de la actriz norteamericana y también del redactor con largas barbas. Estaba acostumbrado a sus lectores y, cuando un buen día los rusos cerraron su semanario, tuvo la sensación de que el aire era cien veces más enrarecido. Nadie podía reemplazarle la mirada de los ojos desconocidos. Le pareció que se ahogaba. Entonces fue cuando advirtió que la policía vigilaba todos sus pasos, que oían sus conversaciones por teléfono y que hasta le sacaban en secreto fotos en la calle. ¡ De nuevo los ojos anónimos estaban en todas partes y el podía respirar de nuevo! ¡ Estaba feliz! Se dirigía con voz teatral a los micrófonos de las paredes. Había encontrado en la policía el público perdido.
La segunda categoría la forman los que necesitan para vivir la mirada de muchos ojos conocidos. Estos son los incansables organizadores de cócteles y cenas. Son más felices que las personas de la primera categoría quienes, cuando pierden a su público, tienen la sensación de que en el salón de su vida se ha apagado la luz. A casi todos ellos le sucede esto alguna vez. En cambio, las personas de la segunda categoría siempre consiguen alguna de esas miradas. Entre estos está Marie-Claude y su hija.
Luego está la tercera categoría, la que necesitan la mirada de la persona amada. Su situación es igual de peligrosa que la de los de la primera categoría. Alguna vez se cerraran los ojos de la persona amada y en el salón se hará la oscuridad. Pertenecen a este grupo Teresa y Tomás.
Y hay también una cuarta categoría, la más preciada, la de quienes viven bajo la mirada de personas ausentes. Son los soñadores. Por ejemplo Franz. El único motivo de su viaje hasta la frontera de Camboya fue Sabina. El autobús traquetea la carretera tailandesa y él siente que su larga mirada se fija en él.
A la misma categoría pertenece también el hijo de Tomás. Lo llamaré Simón. (Se alegra de tener un nombre bíblico como su padre.) Los ojos que anhela son los de Tomás. Cuando se comprometió en la recogida de firmas lo echaron de la Universidad. La chica con la que salía era sobrina de un cura del pueblo. Se casó con ella, se hizo tractorista en la cooperativa, católico practicante y padre. Después se enteró por medio de algún amigo de que Tomás también vivía en el campo y se alegró: ¡ el destino había logrado que sus vidas fuesen simétricas! Aquello lo impulso a escribirle una carta. No pedía respuesta. Lo único que quería era que Tomás dirigiera su mirada hacia su vida.”


- En segundo lugar, transcribiros la clara distinción de José Ortega y Gasset: “Cuando se habla de una minorías selectas, la habitual bellaquería suele tergiversar el sentido de esta expresión, fingiendo ignorar que el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Y es indudable que la división más radical que cabe hacer de la humanidad es ésta, en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva.”


- En tercer lugar, preguntando a la gente, he corroborado que para la mayoría lo primero que le viene a la cabeza al estar frente a una persona es si ésta tiene educación o no.

- Otra clasificación nos la revela el Doctor M., que tiene por costumbre distinguir entre las personas que tienen gusto y las que no lo tienen. Cuestión importantísima y que hoy parece estar en un segundo plano. Vamos conociendo a gente y prestamos atención a su educación o a qué mirada necesitan… y cuando nos queremos dar cuenta vamos recorriendo la vida junto a un hortera de cabo a rabo. Así pues, tal y como está el panorama nacional e incluso universal, hay que estar ojo avizor en esta cuestión.

- Doña Lariña Picapleitos cuando tiene una persona en frente en seguida se fija de forma instintiva en si ésta tiene entidad o no. Si tiene entidad (bancaria, supongo yo) merecerá la pena hablar con él; en caso contrario, le lanzará una mirada de desprecio.

- Alfredo de la Cruz lo tiene claro: el criterio de distinción de las personas lo basa en la prensa que compran, pasean y leen: El Mundo, El País, ABC, prensa local, prensa deportiva, revistas eróticas, prensa internacional, etc. Alfredo considera que éste es un punto importantísimo para ver cómo respira una persona. Importantísimo en un país donde sus políticos, más allá de la gestión de las cuestiones económicas, se meten en nuestras cocinas y marcan hasta nuestras costumbres culinarias y religiosas. Alfredo dice que solo se siente tranquilo y feliz con los que no leen prensa o, en cualquier caso, con los que sólo compran revistas eróticas.

- El Sr. Seudónimo Pendiente distingue entre personas con iniciativa y gregarios (3. adj. Dicho de una persona: Que, junto con otras, sigue ciegamente las ideas o iniciativas ajenas. U. m. c. s. m.)

- Alo Alo, hace, a mi juicio, la distinción más importante, que consiste en discernir entre personas a las que le podría pedir que le ayudasen a esconder un cadáver y personas a las que jamás les pediría esconder un cadáver.


Para terminar, y a modo de ejemplo, os indicaré que Onésimo Mediano es una combinación que se guía por la mirada de ojos anónimos, se exige mucho a si mismo, lee el Diario de Burgos, que tiene buena educación, buen gusto, entidad, iniciativa, y a la que sí le pedirías que te ayudase a esconder un cadáver; sería muy parecido a Gumersindo de la Nuez si no fuese porque éste último es una combinación sin gusto alguno, lee el Marca, y jamás le pedirías que te ayudase a esconder un cadáver. De ello podéis estar seguros.



¿Qué mirada os persigue?

sábado, 16 de febrero de 2008

ESTATUS.


Una de la cosas buenas de haber trabajado en publicidad es que acabas conociendo las auténticas motivaciones de las personas. Motivaciones para comprar, por supuesto, pero no olvidemos que, en nuestra sociedad, lo que compramos nos define. O, mejor dicho, nos definimos inconsciente a través de lo que compramos. Ese acto de definición, conviene recordarlo, no se refiere sólo a lo que realmente somos, sino también a lo que nos gustaría ser. Es decir, se trata de un acto con un fuerte contenido aspiracional. Cuando adquirimos cierta clase de productos estamos comprando al mismo tiempo un sueño.Evidentemente, no todos los productos tienen la misma carga aspiracional. No es igual comprar un detergente (casi cero en la escala de la aspiracionalidad) que comprar un coche (en el tope máximo de dicha escala). Las motivaciones, sencillamente, son distintas.
Pero vamos a detenernos un momento en el tema de los coches. Supongamos, por ejemplo, que un tal Pepe (cerca de los cuarenta años, urbano, padre de familia de clase media) va a cambiar de coche, y analicemos el proceso mental de esta compra.
1. ¿Qué coche comprará Pepe (y el 95 % de los ciudadanos)? Respuesta: El más caro que pueda comprar. Luego volveremos sobre esto.
2. Hay un coche que, en principio, le gusta a Pepe, pero, claro, adquirir un vehículo no es lo mismo que comprar una Coca Cola; un coche es muy costoso y hay que meditar detenidamente las alternativas para realizar la mejor adquisición posible, así que Pepe se lee los folletos de todos los vehículos de la categoría, compra revistas de automovilismo, estudia análisis comparativos... y finalmente se compra el coche que le gustaba desde el principio. Porque Pepe ya había tomado la decisión antes incluso de plantearse cambiar de coche, una decisión irracional basada, por lo general, en factores emocionales. Lo que hace Pepe después no es más que intentar racionalizar lo irracional, buscando argumentos objetivos que justifiquen su primera decisión de compra.
3. ¿Por qué le gusta a Pepe el coche que le gusta? Por mil razones, claro; la publicidad, la imagen de marca, la estética, el hecho de que alguien a quien Pepe admira o envidia tenga uno igual... incluso puede ser que el coche en cuestión no le guste particularmente, porque lo que busca en él es algo distinto a un vehículo motorizado. Es decir, en cualquier caso, le guste o no, Pepe quiere más que un coche, quiere redefinirse, quiere cumplir una aspiración, quiere conseguir algo que está relacionado con el punto 1.4. Una vez comprado el coche, y con total independencia del resultado que de, Pepe lo defenderá a muerte. Porque Pepe ha transferido parte de su identidad al vehículo (y también, claro, porque uno se siente gilipollas reconociendo que se ha gastado una pasta gansa en un puñetero de coche).
Bueno, pues éste es el proceso normal que se sigue al adquirir un coche. Por supuesto, no todo el mundo compra así, pero la inmensa mayor parte de la gente sí. Ahora vamos a prestar atención al primer punto de la lista. “A la hora de adquirir el que va a ser el coche principal, la mayor parte de la gente elegirá el más caro que pueda comprar, incluso más caro de lo que realmente puede comprar”. Se trata de un hecho estadístico; la pregunta es, ¿por qué? Si nos paramos a pensarlo, no tiene nada de lógico. Un coche caro es un coche más potente y más grande, apropiado por tanto para conducir en carretera. Sin embargo, la inmensa mayor parte de los desplazamientos que realiza nuestro hipotético Pepe son urbanos, así que lo lógico sería adquirir un coche más pequeño, menos potente (menor consumo) y más barato. Pero no, Pepe quiere el más caro. ¿Cuál es la razón?Hay dos. En primer lugar, cuando Pepe piensa en su futuro coche no piensa en las dos horas de atasco que se chupa cada día para ir al trabajo. Piensa en las vacaciones. Por eso tantos anuncios de coches están rodados junto al mar (mar = vacaciones). El coche es para Pepe una sublimación de su deseo de libertad.
En fin, una forma como otra cualquiera de autoengaño.
La segunda razón, y el meollo de este escrito, es que Pepe, además de un coche, está adquiriendo un signo de estatus.
Estatus. m. Posición que una persona ocupa en la sociedad o dentro de un grupo social.
Con frecuencia nos olvidamos, no sé por qué, de que somos animales. Pretendemos contemplarlo todo desde la atalaya de nuestro sofisticado neocórtex, pero lo cierto es que por debajo late la bestia. Somos mamíferos gregarios que nos relacionamos con nuestros semejantes siguiendo las pautas de comportamiento propias de nuestra especie, que no son muy diferentes a las de otras especies. Nos parecemos, por ejemplo, a los lobos en el sentido de que organizamos jerárquicamente nuestra estructura social.
En una jauría hay un lobo alfa (el jefe), un lobo beta, y así hasta llegar al lobo omega, que es el último mono del grupo. El ascenso en la escala jerárquica lobuna se realiza mediante enfrentamientos entre los machos. Un buen día, el lobo beta se pone chulo y reta al lobo alfa; se enfrentan y el que gana se queda con el puesto. Ahora bien, esos enfrentamientos tienen más de ritual que de auténtica lucha a muerte. De hecho, salvo accidentes, nadie suele salir malherido de ellos. Los dos lobos se sitúan frente a frente, esponjan el pelo para parecer más grandes, fruncen los belfos enseñando los dientes, gruñen y lanzan dentelladas al aire.
En el fondo es una pantomima, no quieren pelearse. Pero sí mostrar su poder y agresividad. El lobo beta mira a su rival y piensa: “Jooder, me había olvidado del pedazo de dentadura que tiene Alfa”. Entretanto, Alfa se dice: “Me cago en..., cómo le han crecido los colmillos al hijoputa de Beta”.Y siguen gruñendo, mordiendo el aire y dando brincos hasta que, tras un par de rápidas escaramuzas, uno de los dos se tumba en el suelo y ofrece la yugular al vencedor, quien, lejos de triturarle el cuello, se limita a orinar sobre él y a otra cosa.
En realidad, más que una lucha lo que ambos lobos protagonizan es una “exhibición de estatus”. Para los lobos, el estatus se define por la masa corporal, la agresividad y el tamaño de los dientes. No obstante, entre lobos no hace falta usar todo eso; basta con mostrarlo. Ahora bien, ¿por qué es tan importante el estatus (la posición en el grupo) para los lobos? Por la sencilla razón de que el estatus favorece la supervivencia, tanto personal como biológica, pues cuanto más estatus acumule un lobo más posibilidades tiene de comer y follar mejor. Follar, duplicar nuestros genes, ésa es la clave de la vida. Luego, nosotros lo complicamos mucho todo, pero la cosa empieza y acaba ahí.
Cuando Darwin hablaba de la “supervivencia del más apto”, ¿a qué se refería con lo de “más apto”? Pues no al más fuerte, ni el más rápido, ni el más listo, sino al individuo que, de la forma que sea, llega a echar un casquete y se reproduce. Eso es todo. Nuestra aptitud biológica se establece follando, de modo que no es raro que nos obsesione tanto el sexo. Como a los pavos reales. Porque el hermoso y desmedido plumaje de los pavos reales machos no es más que un signo de estatus destinado a conseguir hembras. Pero esa descomunal cola también es una especie de banderola que puede atraer a cualquier depredador que ande por los alrededores, así que el pavo real se juega literalmente el cuello con tal de conseguir el estatus necesario para echar un polvete.
En cuanto a los seres humanos, tenemos diversas formas de obtener estatus, y muchas de ellas han ido variando con el tiempo, pero hay una, la básica, que permanece inmutable a lo largo de los milenios: los humanos adquirimos estatus acumulando y exhibiendo posesiones. Por ejemplo, Pepe compra un coche demasiado caro porque eso le otorgará unos puntos más de estatus. Los vecinos y los compañeros de trabajo dirán: “Eh, mira el nuevo coche de Pepe; deben de irle bien las cosas”. Pepe no es mejor ni peor que antes, pero tiene un poco más de estatus. Su nuevo coche no es sólo un vehículo, sino también unos dientes de lobo y una cola de pavo real.
Hace años, a mediados de los 90, conocí a un empleado bancario al que llamaremos Luis. La productora de publicidad donde yo trabajaba por aquel entonces tenía una cuenta abierta en su banco, de modo que Luis solía pasarse por la oficina con frecuencia. Que quede claro que no estoy hablando de un alto cargo, sino de un empleado medio, un joven de menos de 30 años con un sueldo del montón. Pues bien, un día el director de la productora, Pancho, se dio cuenta de que Luis llevaba en la muñeca un reloj Patek Philippe valorado en un millón y medio de pesetas. Vamos a ver; si no estás podrido de pasta, gastarte hoy en día kilo y medio en un reloj puede considerarse una cara excentricidad, pero a mediados de los 90 era sencillamente una barbaridad. Extrañado, Pancho se interesó por el reloj y descubrió que Luis había tenido que pedir un crédito para poder comprarlo.A nadie le gustan tanto los relojes como para endeudarse hasta las cachas con el único objeto de adquirir uno. No, ni mucho menos; Luis, probablemente inspirado por el engominado influjo de Mario Conde, héroe y modelo de la época, era un buitrecillo ansioso por escalar puestos, un trepa impaciente dispuesto a alcanzar el triunfo fuese como fuese. Pero Luis tenía escaso estatus, era poco más que un pringao, así que tuvo que buscarse el modo de adquirir un pelín de estatus extra. El Patek Philippe que se compró era su dentadura de lobo. Los clientes, al verle con ese pedazo de peluco, debían de pensar que se encontraban ante un alto ejecutivo de la entidad, y su colegas/competidores del banco le contemplarían con envidia y cierto complejo de inferioridad. Supongo que, además, ir por el mundo con medio kilo de oro y engranajes enlazado a la muñeca contribuía a mejorar su autoestima.
No cabe duda de que el caso de Luis es extremo, pero todo el mundo en mayor o menor medida intenta conseguir estatus. Por eso las marcas van ahora por fuera de la ropa, bien visibles. Por eso hay un culto al logotipo. Por eso las ventas de coches de lujo se han multiplicado. Por supuesto, la exhibición de posesiones no es el único medio de adquirir estatus (aunque sí el principal): cada entorno tiene sus propios baremos particulares, de modo que el estatus de, por ejemplo, un científico es diferente al estatus de un banquero o un obispo.
No obstante, si nos centramos en el entorno social más amplio, podemos afirmar que tiene más estatus un futbolista o un cantante que un científico o un catedrático. Porque los principales valores de nuestra sociedad, las medallas que todo el mundo quiere prenderse en la pechera, son el dinero y la fama. Por ese orden.Pero no basta con exhibir posesiones (la fama se exhibe sola); la actitud también es importante. Si actúas como si fueras el rey del mundo, seguro que muchos idiotas que te rodean acabarán creyendo que eres el rey del mundo.
Adquirir estatus significa ascender en una escala, lo cual implica que hay gente por encima de ti y gente por debajo. Así que tu actitud cuando te relacionas con los “superiores” será diferente a cuando te relaciones con los “inferiores”. Una especie de sistema de castas, vamos.
Vivo en Somosaguas, muy cerca de Pozuelo de Alarcón, una de las zonas con mayor renta per capita de España. Aquí el estatus no se exhibe, se respira. Si doy una vuelta por el pueblo, veré pasar un desfile de BMW’s, Mercedes y Audis, veré damas saturadas de rayos UVA y vestidas por Carolina Herrera, veré adolescentes pijos a bordo de una Yamaha o un quad, veré niquelados palos de golf y relucientes botas de montar... Estatus, estatus, estatus.
No voy a mentir: aquí la gente es, en general, amable y educada; pero no toda y no siempre. Con cierta frecuencia me encuentro con algún que otro rey (o reina) del mundo que cree que por ser él, o ella, quien es tiene derecho a todo. Puede colarse en una fila, puede aparcar donde le de la gana, puede no apartarse para dejarte pasar cuando te lo cruzas por una calle estrecha y, sobre todo, puede permitirse el lujo de ser despectivo/a.
El otro día, Tere, mi tia, me contó una anécdota que había presenciado en el Hipercor de Pozuelo. Una señora de mediana edad y clase supuestamente alta estaba comprando una blusa. Cuando acabó, la dependienta le dijo: “Usted y yo nos conocemos; vivimos en la misma urbanización”. La señora alzó una ceja y respondió: “Usted me conoce de venderme blusas. Punto”. ¡Oh, dios santo, que chutazo de estatus!Mucha de la gente que es amable y educada contigo, gente que te parece incluso encantadora, lo es porque tu nivel de estatus es similar al suyo. Ahora bien, puede que actúen de forma muy distinta cuando tratan con los “inferiores”.
Desde hace varios años, las asistentas que se han sucedido en el cuidado de mi casa son latinoamericanas. Con todas me he llevado muy bien y de todas he aprendido muchas cosas. Algún día os hablaré de ellas. El caso es que esas magníficas y valientes mujeres me han contado sus experiencias laborales anteriores, o las de amigas suyas, y a mí se me han puesto los pelos de punta. No voy a entrar en detalles, pero no os podéis ni imaginar hasta que punto la gente puede abusar de su estatus, hasta que punto pueden ser miserables los “triunfadores”. Es para vomitar, os lo juro.
Antes de acabar, que esto ya es muy largo, quiero advertiros que nadie, ni yo ni vosotros, es ajeno al estatus. Todos, de una manera u otra, queremos adquirirlo y lo reconocemos en los demás. Puede que nuestra escala de estatus sea diferente a la del vecino, que nuestros valores no coincidan con los de la mayoría, pero podéis estar seguros de que todos anhelamos un puesto social elevado, revista la forma que revista. Y esto no es malo ni bueno; sencillamente, forma parte de nuestra naturaleza. La cuestión reside en si ese estatus debe orientarse sólo hacia el bolsillo, o si debe pasar antes por el filtro de la conciencia.

viernes, 15 de febrero de 2008

Un nuevo miembro...?

Querida Maria Teresa: El caprichoso destino, ha tenido a bién hacernos coincidir aquí y obligarnos a saber el uno del otro virtualmente. Pobre situación de conocimiento, que habrá que subsanar algún día, digo yo, pues a mi parecer lo poco que uno extrae de estos lares pertenece más al mundo de la intuición, que a un certero perfil del otro .

En cualquier caso quiero darte las gracias en nombre de todos los eclécticos miembros de este limbo binario, poblado por una escasa pero escogida reala de iconoclastas y darte la bienvenida, a esta ya tu casa para lo que dispongas.

Si tienes interés en regalarnos alguna reflexión más, o rebatir cualquier sandéz escrita e impropia de nuestra humilde condición de piltrafillas de medio pelo, házmelo saber a traves de Luis, y estaré encantado de mandarte una invitación para que de facto, estés en condiciones de publicar lo que se te antoje.

Un saludo de Alejandro Pérez, Master Blogger de este divertido experimento.

Adiciones de Maritere sobre "La mujer con clase".



MUJERES COMO LAS DE ANTES.*
Muchas veces he dicho que apenas quedan mujeres como las de antes. Ni en el cine, ni fuera de él. Y me refiero a mujeres de esas que pisaban fuerte y sentías temblar el suelo a su paso. Mujeres de bandera. Lo comento con Javier Marías saliendo del hotel Palace, donde en el vestíbulo vemos a una torda espectacular. «Aunque ordinaria», opina Javier. «Creo que no lo sabe», apunto yo. Seguimos conversando carrera de San Jerónimo arriba, en dirección a la puerta del Sol. Es una noche madrileña animada, cálida y agradable, que nos suministra abundante material para observación y glosa. Yo me muevo, fiel a mis mitos, en un registro que va de Ava Gardner y Debra Paget a Kim Novak, pasando por la Silvana Mangano de Arroz amargo; y Javier añade los nombres de Donna Reed, Rhonda Fleming, Jane Rusell y Angie Dickinson, que apruebo con entusiasmo. Coincidimos además en dos señoras de belleza abrumadora, aunque opuesta: Sophia Loren y Grace Kelly. Al referirnos a la primera, Javier y yo emitimos aullidos a lo Mastroianni propios de nuestro sexo –no de nuestro género, imbéciles– que vuelven superfluo cualquier comentario adicional. Haciendo, por cierto, darse por aludidas, sin fundamento, a unas focas desechos de tienta que pasan junto a nosotros vestidas con pantalón pirata, lorzas al aire y camiseta sudada; creyendo, las infelices, que nuestro «por allí resopla» va con ellas. Respecto a Grace Kelly, dicho sea de paso, me anoto un punto con el rey de Redonda –me encanta madrugarle en materia cinéfila, pues no ocurre casi nunca–, porque él no recuerda la secuencia del pasillo del hotel en Atrapa a un ladrón, cuando doña Grace se vuelve y besa a Cary Grant ante la puerta, de un modo que haría a cualquier varón normalmente constituido dar la vida por ser el señor Grant. Pero no sólo era el cine, concluimos, sino la vida real. Los dos somos veteranos del año 51 y tenemos, cine aparte, recuerdos personales que aplicar al asunto: madres, tías, primas mayores, vecinas. Esas medias con costura sobre zapatos de aguja, comenta Javier con sonrisa nostálgica. Esas siluetas, añado yo, gloriosas e inconfundibles: cintura ceñida, curva de caderas y falda de tubo ajustada hasta las rodillas. Etcétera. No era casual, concluimos, que en las fotos familiares nuestras madres parezcan estrellas de cine; o que tal vez fuesen las estrellas de cine las que se parecían muchísimo a ellas. Hasta las niñas, en el recreo, se recogían con una mano la falda del babi y procuraban caminar como las mujeres mayores, con suave contoneo condicionado por la sabia combinación de tacones, falda que obligaba a moverse de un modo determinado, caderas en las que nunca se ponía el sol y garbo propio de hembras de gloriosa casta. En aquel tiempo, las mujeres se movían como en el cine y como señoras porque iban al cine y porque, además, eran señoras. Con esa charla hemos llegado a la calle Mayor, donde se divisa por la proa un ejemplo rotundo de cuanto hemos dicho. Entre una cita de Shakespeare y otra de Henry James, o de uno de ésos, Javier mira al frente con el radar de adquisición de objetivos haciendo bip-bip-bip, yo sigo la dirección de sus ojos que me dicen no he querido saber pero he sabido, y se nos cruza una rubia de buena cara y mejor figura, vestida de negro y con zapatos de tacón, que camina arqueando las piernas, toc, toc, con tan poca gracia que es como para, piadosamente –¿acaso no se mata a los caballos?–, abatirla de un escopetazo. Nos paramos a mirarla mientras se aleja, moviendo desolados la cabeza. Quod erat demostrandum, le digo al de Redonda para probarle que yo también tengo mis clásicos. Mírala, chaval: belleza, cuerpo perfecto, pero cuando decide ponerse elegante parece una marmota dominguera. Y es que han perdido la costumbre, colega. Vestirse como una señora, con tacón alto y el garbo adecuado, no se improvisa, ni se consigue entrando en una zapatería buena y en una tienda de ropa cara. No se pasa así como así de sentarse despatarrada, el tatuaje en la teta y el piercing en el ombligo a unos zapatos de Manolo Blahnik y un vestido de Chanel o de Versace. Puede ocurrir como con ese chiste del caballero que ve a una señora bellísima y muy bien puesta, sentada en una cafetería. «Es usted –le dice– la mujer más hermosa y elegante que he visto en mi vida. Me fascinan esos ojos, esa boca, esa forma de vestir. La amo, se lo juro. Pero respóndame, por favor. Dígame algo.» Y la otra contesta: «¿Pa qué?… ¿Pa cagarla?».
*De PÉREZ REVERTE.

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LIBRO DE LOS PROVERBIOS, 31.

Mujer ejemplar no es fácil hallarla;
¡vale más que las piedras preciosas!
11 Su esposo confía plenamente en ella
y nunca le faltan ganancias.
12 Brinda a su esposo grandes satisfacciones
todos los días de su vida.
13 Va en busca de lana y de lino,
y con placer realiza labores manuales.
14 Cual si fuera un barco mercante,
trae de muy lejos sus provisiones.
15 Antes de amanecer, se levanta
y da de comer a sus hijos y a sus criadas.f
16 Inspecciona un terreno y lo compra,
y con sus ganancias planta viñedos.
17 Se reviste de fortaleza,
y con ánimo se dispone a trabajar.
18 Cuida de que el negocio marche bien,
y de noche trabaja hasta tarde.
19 Con sus propias manos
hace hilados y tejidos.
20 Siempre tiende la mano
a los pobres y necesitados.
21 No teme por su familia cuando nieva,
pues todos los suyos andan bien abrigados.
22 Ella misma hace sus colchas
y se viste con las telas más finas.
23 Su esposo es bien conocido en la ciudad;
se cuenta entre los más respetados del país.
24 Ella hace túnicas y cinturones
y los vende a los comerciantes.
25 Se reviste de fuerza y dignidad
y no le preocupa el día de mañana.
26 Habla siempre con sabiduría
y da con amor sus enseñanzas.
27 Está atenta a la marcha de su casa
y jamás come lo que no ha ganado.
28 Sus hijos y su esposo
la alaban y le dicen:
29 “Mujeres buenas hay muchas,
pero tú eres la mejor de todas.”
30 Los encantos son una mentira,
la belleza no es más que ilusión,
pero la mujer que honra al Señorg
es digna de alabanza.
31 ¡Alabadla ante todo el pueblo!
¡Dadle crédito por todo lo que ha hecho!

El Comentario De Maritere sobre "la mujer con clase".

He de confesar que me acercaba a la lectura de este artículo tuyo con algo de prevención. Los comentarios que lo precedían en mi memoria me hacían albergar el temor de que, tras leerlo, me entrarían ganas de abalanzarme (a falta de tu yugular) sobre alguna revista de temática feminista (todo lo que termina en –ista, salvo “madridista” y poco más, me suena bastante mal y me echa un poquito o un muchito para atrás) para recomponer el honor femenino mancillado por tu perverso examen de la “mujer con clase”. Pero, muy al contrario, para mi agradable sorpresa, me acabé encontrando con un discurso que me hizo por momentos sonreír y por momentos tomar una pausa para reflexionar. Junto con la emoción, quizás sean estos dos efectos –sonrisa y reflexión o, si se quiere, entretenimiento y provocación- los más excelsos que puede producir un acto de comunicación en nuestro interlocutor. Al menos, a mí me encantaría generarlos cuando le hago llegar a alguien los poemas que escribo. Por todo ello, felicidades.

Permíteme que concrete mi parecer sobre tu artículo en tres puntos:

a) Evocaciones

La primera lectura del artículo trajo inmediatamente a mi memoria tres textos (que te adjunto):

i) El primero de ellos es un artículo de Arturo Pérez-Reverte, publicado en el SemanalXL en julio de 2007. Se titula “Mujeres como las de antes” y, además de hacerme casi llorar de risa (eso de “marmota dominguera”, sin ofender u ofendiendo, la verdad es que no tiene precio), me permitió mantener una interesante conversación con mis padres acerca de cómo eran y cómo son los andares (y, por extensión, la completa estética y compostura) de las mujeres de antes y de las mujeres de ahora.

Mi opinión sobre este particular era y es bien clara: ciertos cambios en la estética femenina vienen impuestos por las condiciones de vida actuales y, aunque nos pese (y a mí bastantes de ellos me pesan sobremanera), no admiten vuelta atrás. Mis padres rememoraban casi emocionados aquellos días de su juventud en que las mujeres (de cualquier edad) avanzaban por las aceras con unos andares admirablemente armoniosos, equilibrados, coordinados con el sugerente vaivén de un bolso, de silueta erguida, de paso corto, de rítmico repiqueteo sobre el pavimento. Y yo les oponía esta cruda realidad:

- Si hoy una mujer osa enfundarse una estupenda falta tubo y calzar mañana, tarde y noche aquellos favorecedores zapatos altos de tacón de aguja, no llegará a ninguno de los veintisiete sitios a los que tiene que llegar en su maratoniana jornada habitual. Y si, a pesar de todo, lo intenta, se romperá un tobillo con las prisas. Solución: pantalones y zapatos de tacón bajo y ancho. Consecuencia: casi siempre parecerá que está desfilando para jurar bandera.

- Si hoy una mujer osa lucir su bolso de mano y, para ello, decide mantenerlo separado de su anatomía más de diez centímetros, le durará menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Solución: convertir el bolso en un apéndice más del cuerpo, justo debajo del brazo, y protegerlo, si es menester, con la propia vida. Consecuencia: no hay manera de que camine derecha.

ii) El segundo documento es un fragmento de la Sagrada Biblia, concretamente del Libro de los Proverbios. Se trata de un “Poema Acróstico sobre la Mujer Perfecta (en su versión original, con la primera letra de cada verso se forma el alfabeto hebreo). Para que nos demos cuenta de que estos asuntos de reflexión y debate no los inventamos nosotros, sino que los “heredamos”.

iii) El tercer documento, finalmente, refleja un jocoso e irónico punto de vista sobre algunos rasgos típicamente (lo cual no necesariamente es sinónimo de “justamente”) atribuidos a la condición femenina.


b) Caricaturas y arquetipos: la verdad hiperbólica

Tal vez, uno de los puntos más espinosos de tu artículo sea la somera (pero certera) descripción que haces de tres mujeres o, por mejor decir, de tres arquetipos de mujer.

Esto de los arquetipos, los modelos, los tópicos… suele dar bastantes quebraderos de cabeza a quien recurre a ellos. Casi nunca nos gusta vernos reflejados en uno. Algunos o muchos se acaban dando por aludidos y es muy fácil herir sensibilidades. Pero lo cierto es que estos recursos son enormemente útiles y lo son, a mi juicio, por una simple razón: una vez desbrozados, detrás de todos ellos, está la (cruda) realidad. La verdad. Nada más y nada menos. Una verdad exagerada, hiperbólica, disfrazada, ornamentada, camuflada… Pero verdad, al fin y al cabo. Como ocurre con las caricaturas: esa nariz, esas orejas, esos ojos, ese cuello, esa silueta… ¡no son míos!, pero todos nos reconocemos al instante.

¿Que a los andaluces nos gusta hacer la vida fuera de las casas y disfrutar de la fiesta? ¿Que los alemanes son “cuadriculados”? ¿Que los italianos son eternos aspirantes a Casanova? ¿Que las mujeres somos retorcidas? ¿Que los hombres son más elementales o primarios? ¿Que los granadinos tenemos bastante malasombra –malafollá, hablando en plata? La lista puede ser infinita. Pero todos los tópicos son recreaciones de una verdad primaria, impepinable, mal que nos pese.

Volviendo al tema que nos ocupa, lo que quiero decir es que creo entender lo que representan los tres tipos de mujer que describes. Por lo demás, no habría dificultad alguna para encontrar otros tantos arquetipos masculinos. Por ejemplo:

- El hombre cromagnon: básico, rudo en el fondo y en la forma, ajeno a toda suerte de delicadeza o sensibilidad estética. Los sigue habiendo. Y a espuertas.

- El hombre sideral: pretendidamente inalcanzable y rutilante, distante, frío, interesante sólo a sus propios ojos. En el fondo, un inseguro deseoso de encontrar un hombro donde apoyarse.

- El hombre lactante: eterno zangolotino, cosido a pespunte a las faldas de mamá, incapaz de decidir y de construir su vida adulta. Romper esas puntadas es (bien lo saben muchas novias y esposas) misión cuasi-imposible.

Estos arquetipos son extremos, radicales, exagerados por definición. Con ellos, sin embargo, no pretendo ofender en absoluto. Por eso, yo tampoco me siento ofendida por el hecho de que se formulen sus correlatos femeninos.


c) Mi “pentálogo” de la persona con clase

1. La clase es una cualidad o condición predicable de toda persona, cualquiera que sea su sexo.

2. La clase es bifronte: interior y exterior, ética y estética, de valores y de imagen. La cara interior es, siempre y en todo caso, la esencial, la imprescindible: no hay fachada sin cimientos.

3. La persona con clase ha de ser versátil, esto es, desenvolverse con casi igual comodidad en todo tipo de situaciones y al relacionarse con todo tipo de personas. Alguien con clase gusta de mantener una conversación elevada con un catedrático y, un minuto después, está bien dispuesta a departir con el tendero de la esquina, con quien limpia el portal de su casa, con un anciano o con un niño. A todos escucha y de todos aprende.

4. La persona con clase es consecuente: piensa, siente, dice y hace exactamente lo mismo.

5. La persona con clase es sencilla. No se engríe, no se pavonea, no se da demasiada importancia. Es consciente de su pequeñez y descubre en cada día una nueva oportunidad para mejorar. En su aspecto, suele aplicar la máxima “menos es más”. Evita parecer un árbol de Navidad.

Y, como compendio de todo lo anterior, la persona con clase es fuente de inspiración para los demás.


Creo que se nota que he disfrutado reflexionando sobre estos particulares. Gracias por ello.


Maritere.

martes, 12 de febrero de 2008