viernes, 15 de febrero de 2008

El Comentario De Maritere sobre "la mujer con clase".

He de confesar que me acercaba a la lectura de este artículo tuyo con algo de prevención. Los comentarios que lo precedían en mi memoria me hacían albergar el temor de que, tras leerlo, me entrarían ganas de abalanzarme (a falta de tu yugular) sobre alguna revista de temática feminista (todo lo que termina en –ista, salvo “madridista” y poco más, me suena bastante mal y me echa un poquito o un muchito para atrás) para recomponer el honor femenino mancillado por tu perverso examen de la “mujer con clase”. Pero, muy al contrario, para mi agradable sorpresa, me acabé encontrando con un discurso que me hizo por momentos sonreír y por momentos tomar una pausa para reflexionar. Junto con la emoción, quizás sean estos dos efectos –sonrisa y reflexión o, si se quiere, entretenimiento y provocación- los más excelsos que puede producir un acto de comunicación en nuestro interlocutor. Al menos, a mí me encantaría generarlos cuando le hago llegar a alguien los poemas que escribo. Por todo ello, felicidades.

Permíteme que concrete mi parecer sobre tu artículo en tres puntos:

a) Evocaciones

La primera lectura del artículo trajo inmediatamente a mi memoria tres textos (que te adjunto):

i) El primero de ellos es un artículo de Arturo Pérez-Reverte, publicado en el SemanalXL en julio de 2007. Se titula “Mujeres como las de antes” y, además de hacerme casi llorar de risa (eso de “marmota dominguera”, sin ofender u ofendiendo, la verdad es que no tiene precio), me permitió mantener una interesante conversación con mis padres acerca de cómo eran y cómo son los andares (y, por extensión, la completa estética y compostura) de las mujeres de antes y de las mujeres de ahora.

Mi opinión sobre este particular era y es bien clara: ciertos cambios en la estética femenina vienen impuestos por las condiciones de vida actuales y, aunque nos pese (y a mí bastantes de ellos me pesan sobremanera), no admiten vuelta atrás. Mis padres rememoraban casi emocionados aquellos días de su juventud en que las mujeres (de cualquier edad) avanzaban por las aceras con unos andares admirablemente armoniosos, equilibrados, coordinados con el sugerente vaivén de un bolso, de silueta erguida, de paso corto, de rítmico repiqueteo sobre el pavimento. Y yo les oponía esta cruda realidad:

- Si hoy una mujer osa enfundarse una estupenda falta tubo y calzar mañana, tarde y noche aquellos favorecedores zapatos altos de tacón de aguja, no llegará a ninguno de los veintisiete sitios a los que tiene que llegar en su maratoniana jornada habitual. Y si, a pesar de todo, lo intenta, se romperá un tobillo con las prisas. Solución: pantalones y zapatos de tacón bajo y ancho. Consecuencia: casi siempre parecerá que está desfilando para jurar bandera.

- Si hoy una mujer osa lucir su bolso de mano y, para ello, decide mantenerlo separado de su anatomía más de diez centímetros, le durará menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Solución: convertir el bolso en un apéndice más del cuerpo, justo debajo del brazo, y protegerlo, si es menester, con la propia vida. Consecuencia: no hay manera de que camine derecha.

ii) El segundo documento es un fragmento de la Sagrada Biblia, concretamente del Libro de los Proverbios. Se trata de un “Poema Acróstico sobre la Mujer Perfecta (en su versión original, con la primera letra de cada verso se forma el alfabeto hebreo). Para que nos demos cuenta de que estos asuntos de reflexión y debate no los inventamos nosotros, sino que los “heredamos”.

iii) El tercer documento, finalmente, refleja un jocoso e irónico punto de vista sobre algunos rasgos típicamente (lo cual no necesariamente es sinónimo de “justamente”) atribuidos a la condición femenina.


b) Caricaturas y arquetipos: la verdad hiperbólica

Tal vez, uno de los puntos más espinosos de tu artículo sea la somera (pero certera) descripción que haces de tres mujeres o, por mejor decir, de tres arquetipos de mujer.

Esto de los arquetipos, los modelos, los tópicos… suele dar bastantes quebraderos de cabeza a quien recurre a ellos. Casi nunca nos gusta vernos reflejados en uno. Algunos o muchos se acaban dando por aludidos y es muy fácil herir sensibilidades. Pero lo cierto es que estos recursos son enormemente útiles y lo son, a mi juicio, por una simple razón: una vez desbrozados, detrás de todos ellos, está la (cruda) realidad. La verdad. Nada más y nada menos. Una verdad exagerada, hiperbólica, disfrazada, ornamentada, camuflada… Pero verdad, al fin y al cabo. Como ocurre con las caricaturas: esa nariz, esas orejas, esos ojos, ese cuello, esa silueta… ¡no son míos!, pero todos nos reconocemos al instante.

¿Que a los andaluces nos gusta hacer la vida fuera de las casas y disfrutar de la fiesta? ¿Que los alemanes son “cuadriculados”? ¿Que los italianos son eternos aspirantes a Casanova? ¿Que las mujeres somos retorcidas? ¿Que los hombres son más elementales o primarios? ¿Que los granadinos tenemos bastante malasombra –malafollá, hablando en plata? La lista puede ser infinita. Pero todos los tópicos son recreaciones de una verdad primaria, impepinable, mal que nos pese.

Volviendo al tema que nos ocupa, lo que quiero decir es que creo entender lo que representan los tres tipos de mujer que describes. Por lo demás, no habría dificultad alguna para encontrar otros tantos arquetipos masculinos. Por ejemplo:

- El hombre cromagnon: básico, rudo en el fondo y en la forma, ajeno a toda suerte de delicadeza o sensibilidad estética. Los sigue habiendo. Y a espuertas.

- El hombre sideral: pretendidamente inalcanzable y rutilante, distante, frío, interesante sólo a sus propios ojos. En el fondo, un inseguro deseoso de encontrar un hombro donde apoyarse.

- El hombre lactante: eterno zangolotino, cosido a pespunte a las faldas de mamá, incapaz de decidir y de construir su vida adulta. Romper esas puntadas es (bien lo saben muchas novias y esposas) misión cuasi-imposible.

Estos arquetipos son extremos, radicales, exagerados por definición. Con ellos, sin embargo, no pretendo ofender en absoluto. Por eso, yo tampoco me siento ofendida por el hecho de que se formulen sus correlatos femeninos.


c) Mi “pentálogo” de la persona con clase

1. La clase es una cualidad o condición predicable de toda persona, cualquiera que sea su sexo.

2. La clase es bifronte: interior y exterior, ética y estética, de valores y de imagen. La cara interior es, siempre y en todo caso, la esencial, la imprescindible: no hay fachada sin cimientos.

3. La persona con clase ha de ser versátil, esto es, desenvolverse con casi igual comodidad en todo tipo de situaciones y al relacionarse con todo tipo de personas. Alguien con clase gusta de mantener una conversación elevada con un catedrático y, un minuto después, está bien dispuesta a departir con el tendero de la esquina, con quien limpia el portal de su casa, con un anciano o con un niño. A todos escucha y de todos aprende.

4. La persona con clase es consecuente: piensa, siente, dice y hace exactamente lo mismo.

5. La persona con clase es sencilla. No se engríe, no se pavonea, no se da demasiada importancia. Es consciente de su pequeñez y descubre en cada día una nueva oportunidad para mejorar. En su aspecto, suele aplicar la máxima “menos es más”. Evita parecer un árbol de Navidad.

Y, como compendio de todo lo anterior, la persona con clase es fuente de inspiración para los demás.


Creo que se nota que he disfrutado reflexionando sobre estos particulares. Gracias por ello.


Maritere.

2 comentarios:

Alejandro Perez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Constantinopla Ismael dijo...

Desde este espacio incierto, le saludo por primera vez, Maritere, mujer de la coma precisa.
Y, pese a la diferencia de concepciones y formas, interactuaremos mucho y bien.