viernes, 3 de diciembre de 2010

La mirada de las mil yardas o el "Big Papa Joe" Síndrome


Con la reciente muerte de Harry Patch, el último soldado superviviente que participó en los combates de trincheras durante la Primer Guerra, comencé a leer bastante sobre la vida de este gran hombre, quien a pesar de sus 111 años y frágil salud, trabajaría hasta sus últimas fuerzas para advertir a las generaciones venideras sobre los horrores y la inutilidad de las guerras.

En la serie de recuentos y anécdotas que dejó antes de morir, una en concreto supo captar mi atención en gran medida. La misma contaba como, en un principio, los oficiales fusilaban a ciertos hombres por cobardía tras que éstos, al recibir una orden, la ignoraban por completo. No obstante, los soldados sabían que no se trataba de cobardía ni desobediencia, sino que había una razón mucho más profunda y desalentadora para este comportamiento que comenzaba a surgir en los campos de batalla modernos. No porque no existiese anteriormente, sino porque las condiciones de la guerra misma habían cambiado, volviéndose mucho más intensas y estresantes. Con el pasar de los meses, el Alto Mando Británico confirmaría esta sospecha, y daría la orden a rajatabla a sus comandantes de no fusilar a éstos hombres. Esto ya que catalogarían a los mismos como ‘enfermos de guerra’. Prontamente todos los bandos tendrían su nombre para esta condición: Kriegszitterer para los alemanes, obusite para los franceses, y shell-shock para los americanos y británicos.

Hoy lo conocemos como desorden de stress post-traumático agudo. No obstante, anteriormente, y años después del aterrador combate de trincheras y gases nerviosos, durante la Segunda Guerra, los soldados comenzarían a referirse a esto informalmente como “la mirada de las mil yardas,” a partir de un artículo aparecido en la revista LIFE y en alusión a la prácticamente abstracta presencia de la persona de su lugar físico. Era fácil reconocerlos, hombres sentados en trincheras o búnkers con sus miradas perdidas, mirando hacia la nada, muchas veces sonriendo a pesar de estar bajo intenso fuego de artillería, ignorando todo peligro a su alrededor como si sus mentes hubiesen decidido escapar de sus maltrechos cuerpos.

En la imagen en cuestión vemos a un soldado australiano de la Primer Guerra en un improvisado hospital de campaña tras la sangrienta Batalla de Ypres, con su mano amputada junto a otros heridos. Sonriente, y completamente abstraído de la sombría escena que le rodeaba, el soldado tiene su mirada perdida en la nada, como si se encontrase en un mundo aparte, alejado de los horrores de la guerra.


Via Anfrix.

2 comentarios:

Alejandro Perez dijo...

Jajajajajajajaja.............

pesca y blues dijo...

Yo aplico esa expresión a los padres que salen del paritorio tras presenciar ese momento maravilloso (sangría extrema que nada tiene que envidiar a los momentos más crudos del Somme) del nacimiento de su primer hijo. Esa mirada ya nunca desaparece.

Salud