martes, 28 de julio de 2009

TRICOTAR



Como casi todo en esta vida, fue por casualidad: una tarde estaba en una exposición del Centro Cultural del Ayuntamiento cuando una señora, María Angustias, empezó a hablarme de su taller de Tricotar. Antes de entrar, había fumado un porro que me tenía aturdido, pero le presté atención. Cuando me quise dar cuenta estaba sentado con la señora en una mesita de un café añejo; después de contar lo divino y lo humano de su afición, sacó de una bolsa una madejas de lana y empezó a tricotar; me impresionó ver el resultado inmediato de la labor que iba realizando, el poder ver el efecto casi simultáneo de tus actos. Claro, soy Profesor e Investigador de Filosofía en la Universidad y el efecto de mis actos siempre son mucho más difusos, nunca se pueden tocar.

Me comprometí a pasarme otro día y así lo hice, siempre cumplo con los compromisos aunque esté poco vinculado a ellos. Salí de la facultad y me dirigí al taller donde un ejército de diez señoras en una perfecta doble fila tricotaban con pasión. Cuando entré, todas quedaron sorprendidas al ver a un hombre tan joven, robusto y con buena presencia allí; aunque yo era el más sorprendido. Así que fui a hacer el amago de saludar y marcharme, pero las señoras me rodearon y empezaron a hablar y hablar y hablar…y no dejaban de hablar; cuando me quise dar cuenta ya estaba sentado en una silla con un Equipo completo de Tricotar*. Lo primero que hicieron fue darme una clase de Prevención de Riesgos. Sí, lectores, la gente subestima estas labores, pero la cosa es más peligrosa de lo que parece: hacer ochenta puntadas por minuto y no pincharse es todo un mérito. Además, me han contado historias de señoras que se han quedado tuertas al hacer una triple puntada cruzada hacia atrás.

Le cogí el tranquillo desde el primer momento, cuando llevaba una semana sabía perfectamente montar puntos con gran velocidad; aunque debo deciros que es sencillo: basta con tomar con la mano derecha el hilo que viene del ovillo, enrollarlo en el dedo índice, formando una anilla; entonces introducimos la aguja por dicha anilla y tensamos el nudo. Mis amigos no entendían que hacía apuntado a un taller de esta naturaleza, y ni mucho menos cómo me atrevía a hablarles de las distintas técnicas de puntos derechos y al revés. Al principio, pensaban que bromeaba; no daban crédito que, con el poco tiempo del que disponía, fuese tres días a la semana a clase. En cambio yo sí les entendía, nunca nos es grato lo desconocido, siempre despierta suspicacias aquello que nunca hemos probado. Les invité a que me acompañaran una tarde; ellos, literalmente, me mandaron a la mierda.

Pasaron los meses y cada vez le dedicaba más tiempo a las puntadas con lana. Todo en detrimento de lo que hasta entonces habían sido mis principales aficiones: la fiesta y las mujeres, los cuales siempre simultaneé. Tricotaba a diario, tenía la casa llena de la revista “Laura: El Nuevo Punto de Lana” junto a ensayos de diferentes filósofos como Kant o José Saramago. Mi novia me miraba de forma muy rara, siempre lo había hecho. Desde que la conocí me gustaba contarle mis divagaciones filosóficas en pelotas, de pie y encima de una silla; pero desde que decidí sentarme en ese asiento y sólo la usaba para darle a las agujas de calcetar me miraba especialmente mal. Aunque no era la única, también lo hacían mis alumnos cuando sacaba mi equipo en los descansos de clase, y mi familia, y los usuarios del metro, etc.

En el taller, María Angustias y yo nos sentábamos siempre juntos. Los primeros cinco minutos organizábamos lo que íbamos a hacer, nos concentrábamos en nuestro patrón y, una vez todo en orden, empezábamos a calcetar mientras hablábamos de lo que había pasado a lo largo del día. Conforme pasaban las horas la conversación se iba diluyendo en el dibujo infinito que estaba tejiendo. Aquellas conversaciones y ese sentimiento de infinito fueron la cuna de mis, hoy reconocidos, ensayos filosóficos.

Recuerdo como al principio Tricotar me sirvió para abstraerme de los problemas, después me permitió dar rienda suelta a mi imaginación y, finalmente, me di cuenta que aportaba un esquema de actuación ante todas las cuestiones, incertidumbres y conflictos que nos depara la vida. Por ejemplo, tengo por oficio escribir y siempre he sido metódico en cada uno de mis escritos; durante años estuve buscando un método que me permitiera, a diferentes niveles, cerrar una estructura perfecta en mis textos. Nunca lo conseguí hasta que apliqué los patrones de Tricotar a mis narraciones y artículos. Sin ir más lejos, este texto sigue desde la primera a la última letra el patrón del Punto Tubular*. Esos mismos patrones los aplico de forma escrupulosa a cualquier ámbito de mi vida: en las conversaciones, en las ceremonias de cortejo, en mis clases en la universidad, etc.

Durante los primeros meses me pesó que dijesen que había perdido la cabeza, pero con el tiempo aprendí de la envidia que se genera alrededor de una persona que se siente plena y segura de si misma. Si queréis entenderme, si queréis sentiros bien, no dudéis en acercaros a nuestro taller: tricotar lo es todo.

2 comentarios:

luis dijo...

Veo que le vas tomando el gustillo a las citas con señoras mayores......me alegra.

FARAMIÑÁN dijo...

Tengo entendido que la muerte, ya cansada del peso de la guadaña, se ha hecho con un juego de agujas de tricotar... ella siempre tan practica...