Cuanto misterio hay escondido tras la apariencia de las palabras… en la primavera del año pasado, el 27 de abril, y por unos segundos, pude sentir el suave perfume de la palabra “rosa” con solo escucharla, advertí que alguien, de manera inocente, la había pronunciado en una conversación cercana e inmediatamente su olor se hizo tan presente que creí encontrarme ante un rosal repleto de flores. Ilusionado por este nuevo hallazgo, de camino a casa, me detuve al lado de una pareja que se abrazaba y afiné mi oído, tan pronto escuché la palabra “caricia” mi piel estremecida me trajo reminiscencias de mi juventud, no podía creer lo que me estaba pasando, todos mis sentidos se aliaban entre si contagiándose los unos a otros, repartiéndose las sensaciones de este extraño elixir. Sin más me dispuse a buscar a alguien que pronunciara palabras como “noche”, “lluvia”, “tierra”, incluso presa de mi atrevimiento busque algunas olvidadas como “sortilegio”, “virtud”, “aventura”…
Descontrolado y como a quien le gobierna una insaciable sed de vida viajé por el mundo, quería sentirlas todas y descubrir sus secretos, no importaba en que forma ni en que idioma fuesen pronunciadas, una noche pase largas horas escuchando como unos ancianos discutían acerca de la “vida”, y en otra ocasión lejanos ecos me hicieron viajar miles de kilómetros en tan un solo instante. Sin embargo llegado un día todo empezó a cambiar, poco a poco fui dándome cuenta de que algunas palabras adoptaban un comportamiento extraño respecto a las otras, así podía ocurrir que dos personas estuviesen hablando acerca de la “verdad” y en ningún caso percibía lo mismo si era pronunciada por uno o por otro, haciendo de esta manera confusas todas las demás con las que se relacionaba, por ejemplo cuando alguien decía “la rosa verdadera” el resto de rosas se me antojaban meras apariencias y así hasta el infinito, pues el número de hombres sobre la tierra es tal que no hallareis mayor multiplicidad cuando de verdades se habla.
Que podía hacer, mi nuevo don me empujaba a un callejón sin salida como quien se precipita al abismo y todas aquellas cosas que creía comprender se tornaban confusas haciendo del miedo mi seña y de la inseguridad mi refugio… Fruto de mi desesperación dejé incluso de percibir los sonidos, cuando alguien intentaba hablarme tan solo me transmitía un incomprensible susurro, un ligero movimiento en sus labios, nada significaban ya para mi los nombres, y si alguna vez recordaba una voz trataba de distraerme mirando al horizonte y no sintiendo nada. Todas las palabras se iban desvaneciendo… Llegue incluso a pensar en retirarme a las montañas pero cuando quise hacerlo había olvidado ya que eran y donde se encontraban…
Dentro de mi nostalgia, tantas dudas se agolpaban en mi corazón que el “ruido” de mi propio pensamiento me impedía discernir entre lo verdadero y lo imaginario, desaparecieron los besos, las miradas, los abrazos y mi propio rostro se convirtió en un extraño que en ocasiones me observaba desde los espejos hasta que, en el momento justo en el que la oscuridad había alcanzado casi la totalidad de mi alma, cuando la risa y el llanto se habían convertido en sinónimos y parecía que ya todo estaba acabando, como quien deja de respirar exhalé mi última pregunta; ¿donde se halla la verdad? y la profunda voz del Silencio me dio la respuesta…
Descontrolado y como a quien le gobierna una insaciable sed de vida viajé por el mundo, quería sentirlas todas y descubrir sus secretos, no importaba en que forma ni en que idioma fuesen pronunciadas, una noche pase largas horas escuchando como unos ancianos discutían acerca de la “vida”, y en otra ocasión lejanos ecos me hicieron viajar miles de kilómetros en tan un solo instante. Sin embargo llegado un día todo empezó a cambiar, poco a poco fui dándome cuenta de que algunas palabras adoptaban un comportamiento extraño respecto a las otras, así podía ocurrir que dos personas estuviesen hablando acerca de la “verdad” y en ningún caso percibía lo mismo si era pronunciada por uno o por otro, haciendo de esta manera confusas todas las demás con las que se relacionaba, por ejemplo cuando alguien decía “la rosa verdadera” el resto de rosas se me antojaban meras apariencias y así hasta el infinito, pues el número de hombres sobre la tierra es tal que no hallareis mayor multiplicidad cuando de verdades se habla.
Que podía hacer, mi nuevo don me empujaba a un callejón sin salida como quien se precipita al abismo y todas aquellas cosas que creía comprender se tornaban confusas haciendo del miedo mi seña y de la inseguridad mi refugio… Fruto de mi desesperación dejé incluso de percibir los sonidos, cuando alguien intentaba hablarme tan solo me transmitía un incomprensible susurro, un ligero movimiento en sus labios, nada significaban ya para mi los nombres, y si alguna vez recordaba una voz trataba de distraerme mirando al horizonte y no sintiendo nada. Todas las palabras se iban desvaneciendo… Llegue incluso a pensar en retirarme a las montañas pero cuando quise hacerlo había olvidado ya que eran y donde se encontraban…
Dentro de mi nostalgia, tantas dudas se agolpaban en mi corazón que el “ruido” de mi propio pensamiento me impedía discernir entre lo verdadero y lo imaginario, desaparecieron los besos, las miradas, los abrazos y mi propio rostro se convirtió en un extraño que en ocasiones me observaba desde los espejos hasta que, en el momento justo en el que la oscuridad había alcanzado casi la totalidad de mi alma, cuando la risa y el llanto se habían convertido en sinónimos y parecía que ya todo estaba acabando, como quien deja de respirar exhalé mi última pregunta; ¿donde se halla la verdad? y la profunda voz del Silencio me dio la respuesta…
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